Page 48 - Tokio Blues - 3ro Medio
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bien o para mal, todos compartimos esta característica. Mi padre, a pesar de que no bebe alcohol,
tiene la casa llena de botellas. ¿Y para qué crees que las compra? Para obsequiar a los invitados.
Bebe tanta cerveza como quieras. No hagas cumplidos.
—Gracias —dije.
De repente, recordé que había olvidado los narcisos en la planta baja. Al quitarme los zapatos
los había dejado en el suelo y allí se habían quedado. Volví a bajar, recogí los narcisos blancos,
que yacían en la penumbra, y volví a la cocina. Midori sacó de la alacena un vaso largo y
estrecho y los metió dentro.
—Me encantan los narcisos —dijo—. Una vez, cuando estudiaba secundaria, canté Siete
narcisos en la fiesta de la cultura de la escuela. ¿La conoces?
—Por supuesto.
—Hace tiempo estuve en un grupo de música folk. Tocaba la guitarra.
Sirvió la comida en los platos mientras cantaba Siete narcisos.
La comida rebasó con mucho mis expectativas. Caballa a la vinagreta, una gruesa tortilla
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japonesa, sawara macerada, berenjena cocida, sopa de hierbas acuáticas, arroz con setas, rábano
cortado fino curado en salmuera y abundantes semillas de sésamo esparcidas por encima. Y todo
ello condimentado al estilo de la región de Kansai.
—¡Está buenísimo! —exclamé admirado.
—Watanabe, dime la verdad. ¿Te esperabas que cocinara tan bien? Lo digo por mi aspecto.
—Pues no —reconocí.
—Tú eres de Kansai, así que debe de gustarte esta comida.
—¿Lo has hecho con un sabor más ligero por mí?
—¡No, hombre, no! ¡Vaya trabajo! Yo siempre cocino así.
—¡Ah! Entonces tu padre o tu madre son de Kansai...
—No, mi padre es de aquí, de toda la vida, y mi madre procede de Fukushima. No tengo
familia en Kansai. Todos son de Tokio o del norte de Kantō.
—No lo entiendo. Entonces, ¿por qué cocinas al estilo de Kansai? ¿Te ha enseñado alguien?
—Es un poco largo de explicar —dijo mientras comía la tortilla—. Mi madre odiaba las
tareas domésticas. Apenas cocinaba. Además, ya sabes que tenemos una tienda. Así que: «Hoy
estoy ocupada, haré traer comida hecha». O bien: «Conque compremos unas croquetas en la
carnicería...». Y eso un día tras otro. De niña, yo lo odiaba a muerte. No podía soportarlo. Ella
hacía curry para tres días y siempre comíamos lo mismo. Un día, cuando estaba en tercero de
secundaria, decidí que yo misma cocinaría, y lo haría bien. Fui a la librería Kinokuniya de
Shinjuku, me compré el libro más grande y bonito que encontré y me lo aprendí de cabo a rabo:
cómo elegir una tabla de cortar, cómo afilar un cuchillo, cómo abrir el pescado, cómo rallar
bonito seco, todo. Y como el autor del libro era de Kansai, aprendí a cocinar al estilo de Kansai.
—¿Todo eso lo aprendiste de un libro? —Me sorprendí.
—Gastaba mis ahorros en comida. Así eduqué mi paladar. Tengo mucha intuición. Mi punto
débil es el pensamiento lógico.
—Es increíble que hayas llegado a cocinar tan bien sin que nadie te haya enseñado.
—Fue muy duro, no creas. —Midori lanzó un suspiro—. Para empezar, mi familia no
entendía de cocina ni le interesaba lo más mínimo. Cuando quería comprar un cuchillo o una
cazuela, me decían: «Pero si nos basta con los que tenemos». No es broma. Cuando les explicaba
que con un cuchillo de hoja tan endeble no podía abrir el pescado, me venían con que no hacía
15 Pescado de mar con forma parecida al atún, aunque un poco más largo y delgado. (N. de la T.)