Page 42 - Tokio Blues - 3ro Medio
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—No se me había ocurrido. Yo también hubiera podido averiguar tu número de esta manera.
Del hospital ya te hablaré otro día. Ahora no me apetece. Perdona.
—No importa. Me parece que he preguntado demasiado.
—¡No, qué va! Pero estoy cansada. Como un mono mojado bajo la lluvia.....
—¿No deberías volver a casa y dormir un poco? —dije.
—Ahora no tengo sueño. Paseemos.
Me llevó hasta su antigua escuela, que se hallaba muy cerca de la estación de Yotsuya.
Al pasar por delante de la estación, me acordé de Naoko y de nuestros interminables paseos.
Todo empezó en aquel lugar. Pensé: «¡Qué diferente sería ahora mi vida si no me hubiese
encontrado con Naoko aquel domingo de mayo en el tren de la línea Chūō!». Pero me corregí de
inmediato diciéndome que, aunque no hubiera sido así, el resultado hubiera sido el mismo.
Quizás aquel día nos encontramos porque así tenía que ser y, aunque no nos hubiésemos
encontrado entonces, hubiese ocurrido en otra ocasión. No tenía ninguna razón para creerlo, pero
me daba esa impresión.
Midori Kobayashi y yo nos sentamos en un banco del parque y contemplamos la escuela
donde ella había estudiado. La hiedra se encaramaba por los muros y, en los balcones, unas
palomas recobraban fuerzas antes de alzar el vuelo. Era un edificio vetusto. En el jardín había un
roble muy alto y, junto a él, ascendía una columna de humo blanco. La luz del verano lo
oscurecía y empañaba.
—Watanabe, ¿sabes qué es este humo? —me preguntó Midori.
Le respondí que no.
—Compresas quemadas.
—¿Ah, sí? —repuse. No se me ocurrió otra cosa que decir.
—Compresas, tampones —dijo Midori sonriendo—. Todo eso se tira al cubo de la basura de
los lavabos. Piensa que ésta es una escuela de niñas. El viejo conserje lo recoge de los cubos y lo
quema en el incinerador. De ahí el humo.
—Da una sensación de amenaza... —comenté.
—Sí, eso es lo que yo pensaba cada vez que lo veía a través de las ventanas de la clase:
«¡Qué amenazador!». Entre todos los cursos, en la escuela habrá unas mil niñas. Restando las que
aún no menstrúan, quedarán unas novecientas. De éstas, una de cada cinco tiene la regla a la vez,
lo que representa unas ciento ochenta niñas. Es decir que, en un día, se tiran al cubo de la basura
las compresas usadas por esas ciento ochenta niñas.
—No sé cuánto será exactamente...
—Una cantidad considerable. Las compresas de ciento ochenta chicas. ¿Qué debe de sentirse
al ir recogiendo y quemando todo eso?
—No tengo ni idea —dije.
¿Cómo iba a saberlo yo? Ambos permanecimos unos instantes contemplando el humo
blanco.
—En realidad, a mí no me gustaba venir aquí. —Midori ladeó la cabeza—. Yo quería
ingresar en una escuela pública. Ser una persona corriente que va a una escuela normal y vivir
una adolescencia divertida y relajada. Pero a mis padres se les ocurrió meterme aquí. Por las
apariencias. A veces ocurre. Cuando una niña es buena estudiante en primaria, los maestros
dicen: «Con las notas que saca esta niña, deberían llevarla a ese colegio». Y eso es lo que me
pasó. Estudié seis años en esta escuela, pero jamás llegó a gustarme. Venía a clase con una única
idea en la cabeza: ¡salir de aquí cuanto antes! Incluso recibí el premio de puntualidad y asistencia.
¡Pese a lo mucho que detestaba la escuela! ¿Y sabes por qué?