Page 37 - Tokio Blues - 3ro Medio
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Ella volvió a quitarse las gafas, las dejó sobre la mesa y me clavó la mirada con ojos de estar
               observando a un animal enjaulado.
                   —«Hoy  no  me  apetecía  responder»  —repitió—.  ¡Vaya!  Pero  si  hablas  como  Humphrey
               Bogart... Impasible, duro...
                   —¡Qué dices! Yo soy un chico de lo más normal. De los que te encuentras por todas partes.
                   La dueña dejó la taza de café sobre la mesa. Tomé un sorbo sin leche ni azúcar.
                   —¡Lo ves! No te pones leche ni azúcar.
                   —No  me  gustan  las  cosas  dulces  —le  expliqué  cargándome  de  paciencia—.  ¿Me  estás
               confundiendo con alguien?
                   —¿Por qué estás tan bronceado?
                   —Porque me he pasado dos semanas andando de aquí para allá. Con la mochila y el saco de
               dormir a la espalda. Por eso estoy tan bronceado.
                   —¿Y adonde has ido?
                   —He  recorrido  la  región  que  va  de  Kanazawa  a  la  península  de  Nōtō.  He  llegado  hasta
               Niigata.
                   —¿Solo?
                   —Sí —dije—. A trechos, me ha acompañado gente que he conocido por el camino.
                   —¿Y has tenido muchos romances? Conoces inesperadamente a una chica y...
                   —¿Romances? —exclamé sorprendido—. Decididamente, no das una. A ver, un tío que da
               vueltas por ahí con un saco de dormir a la espalda, sin afeitar... ¿Dónde y cómo vive un romance?
                   —¿Y siempre viajas solo?
                   —Sí.
                   —¿Te gusta la soledad? —Apoyó la mejilla sobre la palma de su mano—. ¿Te gusta viajar
               solo, comer solo, sentarte en las clases solo, apartado de la gente?
                   —A nadie le gusta la soledad. Pero no me interesa hacer amigos a cualquier precio. No estoy
               dispuesto a desilusionarme —aclaré.
                   Con una patilla de las gafas metida en la boca, la chica murmuró:
                   —A nadie le gusta la soledad. Pero detesto que me decepcionen. Si te decides a escribir tu
               autobiografía, puedes incluir estas líneas.
                   —Gracias.
                   —¿Te gusta el color verde?
                   —¿Por qué?
                   —Porque llevas un polo verde. Por eso te lo pregunto.
                   —No especialmente. Me pongo cualquier cosa.
                   —«No  especialmente.  Me  pongo  cualquier  cosa»  —repitió—.  Me  encanta  cómo  hablas.
               Como si estuvieras estucando la pared. Limpio. Fino. ¿Te lo habían dicho alguna vez?
                   Le respondí que no.
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                   —Me llamo Midori . Pero el color verde me sienta fatal. Es extraño. ¿No te parece terrible?
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               Es como una maldición. Mi hermana mayor se llama Momoko .
                   —¿Y le favorece el color rosa?
                   —Muchísimo. Parece que haya nacido para ir vestida con prendas de color rosa. Es una gran
               injusticia.
                   Le llevaron el almuerzo a la mesa y un chico con una chaqueta de colorines la llamó:
                   —¡Eh, Midori! ¡La comida!

               7  Midori significa «verde» en japonés. También es un nombre femenino muy común. (N. de la T.)
               8  Momo significa «melocotón». Ko («niño/a, hijo/a») es una palabra con la que terminan muchos nombres
               femeninos. Momo-iro (literalmente, «color del melocotón») significa «color rosa». (N. de la T.)
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