Page 40 - Tokio Blues - 3ro Medio
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—Sí, un caballero de ésos.
                   —¿Y qué quiere decir ser un caballero? Dame una definición, por favor.
                   —Un caballero es quien hace, no lo que quiere, sino lo que debe hacer.
                   —Te aseguro que eres el tío más raro que jamás he conocido —le solté.
                   —Y  tú  eres  la  persona  más  honesta  que  jamás  he  conocido  —dijo  a  su  vez.  Y  pagó  las
               consumiciones de ambos.

                   El lunes siguiente, Midori Kobayashi siguió sin aparecer por la clase de Historia del Teatro
               II. Tras comprobar de una ojeada que no estaba en el aula, me senté como siempre en la primera
               fila y, mientras el profesor llegaba, empecé a escribirle una carta a Naoko. Le hablé de mi viaje
               durante las vacaciones de verano. Le hablé de los caminos que había recorrido, de los pueblos por
               donde había pasado, de la gente que había conocido.

                   «Por la noche siempre pensaba en ti. Al dejar de verte, he comprendido cuánto te necesito. La
               universidad  es  insoportablemente  aburrida,  pero  asisto  a  todas  las  clases  y  estudiar  es  una
               disciplina. Desde que tú no estás, todo me parece insignificante, absurdo. Quiero verte alguna vez
               y  hablar  contigo.  Si  fuera  posible,  me  gustaría  ir  a  visitarte  al  sanatorio  y  pasar  unas  horas
               contigo.  Si  fuera  posible,  me  gustaría  andar  a  tu  lado  como  antes.  Quizá  te  moleste,  pero
               respóndeme, por favor, aunque sólo sean unas líneas.»

                   Cuando terminé de escribir la carta, doblé con cuidado las cuatro hojas de papel, las metí en
               el sobre que tenía preparado y escribí en él la dirección de la casa paterna de Naoko.
                   Poco después llegó el profesor, un hombre de baja estatura y expresión melancólica. Pasó
               lista y se enjugó el sudor de la frente con un pañuelo. El profesor era cojo y se apoyaba en un
               bastón metálico al andar. Aunque no podía calificarse de divertida, Historia del Teatro II era una
               asignatura interesante a la que valía la pena asistir. Tras el comentario «Sigue haciendo calor, ¿no
               creen?», el profesor empezó a hablar de la función del deus ex machina en el teatro de Eurípides.
               Nos  explicó  la  diferencia  entre  los  dioses  en  las  obras  de  Eurípides  y  en  las  de  Esquilo  y
               Sófocles. Al cabo de unos  diez minutos se abrió  la puerta  y  entró Midori.  Vestía una  camisa
               deportiva azul marino y unos pantalones de algodón color crema, y llevaba gafas oscuras como la
               vez anterior. Se sentó a mi lado después de dirigir una sonrisa al profesor como diciendo: «Siento
               llegar tarde».  Y sacó un cuaderno de su  bolso, que me entregó. En  él  había escrita una nota:
               «Perdón  por  lo  del  miércoles.  ¿Estás  enfadado?».  A  media  clase,  cuando  el  profesor  estaba
               dibujando en la pizarra el escenario del teatro griego, volvió a abrirse la puerta y entraron dos
                                                                     9
               estudiantes  con  casco.  Parecían  una  pareja  de  Manzai .  Uno  era  alto  y  pálido  de  tez;  el  otro,
               bajito, con la cara redondeada y la piel morena, y llevaba una barba que no le sentaba bien. El
               alto llevaba octavillas en los brazos. El bajo se dirigió al profesor, le pidió su consentimiento para
               dedicar la segunda mitad de la clase al debate político. Dijo que el mundo actual estaba lleno de
               problemas mucho más graves que la tragedia griega. No fue una petición sino un anuncio. «Yo
               no creo que el mundo actual esté lleno de problemas mucho más graves que la tragedia griega,
               pero nada de lo que diga servirá para convenceros, así que haced lo que queráis», claudicó el
               profesor. Y, agarrándose al borde de la mesa, apoyó los pies en el suelo, tomó el bastón y salió
               del aula cojeando.
                   Mientras el chico alto repartía los panfletos, el de la cara redonda se subió a la tarima y nos
               soltó  un  discurso.  Las  octavillas  estaban  escritas  con  el  estilo  simplista  característico:

               9  Diálogo cómico teatral. (N. de la T.)
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