Page 38 - Tokio Blues - 3ro Medio
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Ella se volvió y levantó una mano como diciendo: «¡Ya voy!».
—Watanabe, ¿tomas apuntes en clase? ¿En la de Historia del Teatro II?
—Sí, tomo apuntes —dije.
—Siento pedírtelos, pero ¿te importaría dejármelos? He faltado dos veces. Y de esa clase no
conozco a nadie.
—Claro —dije. Saqué mi cuaderno de la cartera, comprobé que no había escrito nada de más
y se lo entregué a Midori.
—Gracias. ¿Vendrás a clase pasado mañana?
—Sí.
—¿Quieres quedar aquí a las doce? Así te devuelvo el cuaderno y te invito a comer. Supongo
que no tendrás una indigestión si no comes solo.
—¡No seas tonta! Pero no hace falta que me lo agradezcas. Total, sólo te presto los apuntes...
—No es ninguna molestia. A mí me gusta agradecer las cosas. No hay problema, ¿verdad?
¿No te olvidarás? Aunque no lo apuntes en la agenda...
—No me olvidaré. Nos encontraremos aquí, pasado mañana, a las doce.
Volvió a llegar una voz desde su mesa:
—¡Eh, Midori! ¡Se te está enfriando la comida!
—Watanabe, ¿hace tiempo que hablas de este modo? —me preguntó Midori ignorando la
voz.
—Creo que sí. Aunque nunca había tenido conciencia de ello —respondí. En realidad,
aquélla era la primera vez que me decían que hablaba de una manera extraña.
Ella estuvo rumiando algo durante unos instantes, hasta que al final se levantó esbozando una
sonrisa y regresó a su mesa. Cuando pasé por su lado, se volvió hacia mí y levantó la mano. Los
otros tres se limitaron a dirigirme una breve mirada.
El miércoles, a las doce, Midori no apareció por el restaurante. Yo pensaba esperarla
tomando una cerveza, pero el local empezó a llenarse y no tuve más remedio que encargar la
comida y almorzar solo. Terminé a las 12:35. Midori aún no había hecho acto de presencia.
Pagué la cuenta y me senté en la escalera de piedra de un pequeño templo que había al otro lado
de la calle, donde esperé hasta la una mientras, de paso, se me despejaba la cabeza del alcohol.
Fue inútil. Volví, resignado, a la universidad y estuve leyendo un libro en la biblioteca. A las dos
fui a clase de alemán.
Después de la clase, me dirigí a la asociación de alumnos, consulté la lista de alumnos
matriculados y busqué su nombre en la clase de Historia del Teatro II. Sólo había una Midori:
una tal Midori Kobayashi. A continuación, al hojear las fichas de los alumnos, encontré la de
Midori Kobayashi entre las de los alumnos ingresados en la universidad en el año 1969. Anoté su
dirección y número de teléfono. Vivía en una casa del distrito de Toshima. Entré en una cabina
telefónica y marqué su número.
—Librería Kobayashi, dígame —dijo una voz masculina.
«¿Librería Kobayashi?», pensé.
—Perdone, ¿está Midori, por favor? —pregunté.
—Midori ahora no está —respondió mi interlocutor.
—¿Ha ido a la universidad?
—No lo sé. Querrás decir al hospital. ¿Quién llama?
Sin decirle mi nombre, le di las gracias y colgué. ¿Al hospital? ¿Se había hecho daño?
¿Estaba enferma? Sin embargo, en la voz del hombre no se apreciaba la menor tensión ante una
urgencia de este tipo. Había dicho: «Querrás decir al hospital». Como si el hospital formara parte
de su vida cotidiana. Como quien dice: «Ha ido a la pescadería». Estuve un rato dándole vueltas a