Page 41 - Tokio Blues - 3ro Medio
P. 41
«¡Hundamos las elecciones fraudulentas al rectorado! ¡Unamos nuestras fuerzas en una nueva
huelga general en la universidad! ¡Demos un golpe decisivo a la conjunción poder industrial +
poder académico = imperialismo japonés!». La teoría era magnífica, nada podía reprochársele al
contenido, pero el texto carecía de poder de convicción. No inspiraba confianza ni movía los
corazones. Otro tanto sucedía con el discurso del chico de la cara redonda. La misma canción de
siempre. La melodía era idéntica, sólo diferían algunas comas. «El auténtico enemigo de estos
tíos no es el poder estatal, es la falta de imaginación», pensé.
—¡Vámonos! —me susurró Midori.
Asentí y nos levantamos. Al salir del aula, el chico de la cara redonda me abordó, pero no
entendí sus palabras. Midori le dirigió un «¡Hasta luego!» y le dijo adiós con la mano.
—¿Crees que tú y yo somos unos contrarrevolucionarios? —me preguntó Midori una vez
fuera del aula—. Si triunfa la revolución, nos colgarán de un poste de la electricidad, el uno al
lado del otro.
—Antes de que me cuelguen, me gustaría comer —comenté.
—¡Es verdad! Me apetece llevarte a un sitio, pero está lejos. ¿Tienes tiempo?
—Tengo tiempo hasta la clase de las dos.
Subimos al autobús y fuimos hasta Yotsuya. El lugar adonde Midori quería llevarme era una
10
tienda de bentō que estaba detrás de la estación de Yotsuya. Cuando nos sentamos a la mesa,
nos trajeron una caja cuadrada, lacada en rojo, con el almuerzo del día y un bol con la sopa.
Había valido la pena ir en autobús hasta allí.
—¡Qué bueno! —exclamé.
—Sí. Y además está bien de precio. Vengo a comer aquí de vez en cuando desde que iba al
instituto. Mi escuela estaba muy cerca de aquí. Había unas normas muy estrictas y nosotras
veníamos a comer a escondidas. Era la clásica escuela donde te expulsan temporalmente sólo por
escaparte a comer fuera.
Al quitarse las gafas de sol, me pareció que Midori tenía los ojos más somnolientos que la
vez anterior. Jugueteaba con un brazalete de plata que llevaba en la muñeca izquierda o se
rascaba el rabillo del ojo con la yema del dedo meñique.
—¿Tienes sueño? —le pregunté.
—Un poco. No duermo bien —dijo—. Entre una cosa y otra, no tengo tiempo. Pero no pasa
nada. No te preocupes. ¡Ah! Y perdona por lo del otro día. Me surgió uno de esos compromisos
ineludibles. Fue por la mañana, de repente, y no pude arreglarlo. Pensé en llamarte al restaurante,
pero no recordaba el nombre. Tampoco sabía tu número de teléfono. ¿Me esperaste mucho rato?
—No importa. A mí me sobra tiempo.
—¿Tanto tiempo tienes?
—Tengo tanto tiempo que hasta puedo darte un poco para que duermas.
Midori me sonrió con una mejilla apoyada en la palma de la mano y me miró a los ojos.
—¡Qué amable eres!
—No soy amable; tengo mucho tiempo libre —expliqué—. Por cierto, el otro día, cuando te
llamé a casa, me dijeron que habías ido al hospital. ¿Te pasaba algo?
—¿A casa? —Arqueó las cejas—. ¿Y cómo averiguaste mi número de teléfono?
—Lo busqué en la asociación de alumnos. Cualquiera puede hacerlo.
Ella asintió con dos o tres movimientos de cabeza como diciendo «¡Claro!», y volvió a
juguetear con el brazalete.
10 Almuerzo servido en una caja. (N. de la T.)