Page 36 - Tokio Blues - 3ro Medio
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La miré de arriba abajo. Ella se quitó las gafas de sol. Entonces la reconocí. Era una
estudiante de primero que había visto varias veces en Historia del Teatro II. El cambio de peinado
era tan radical que al principio no la reconocí.
—¡Vaya! Antes de las vacaciones llevabas el pelo hasta aquí. —Señalé unos diez centímetros
por debajo de los hombros.
—En verano me hice la permanente. ¡Fue horroroso! ¡Me sentaba fatal! Pensé en suicidarme.
¡Era horrible! Parecía un ahogado con un montón de algas enrolladas alrededor de la cabeza.
Total, ya que pensaba morirme, en mi desesperación decidí raparme. Así estoy más fresca. —Se
pasó la mano por su nuevo corte de pelo y después me sonrió.
—Te favorece —le dije mientras comía el resto de la tortilla—. A ver, mira hacia ese lado.
Ella se puso de perfil y permaneció inmóvil unos cinco segundos.
—Sí. Te sienta muy bien. Tienes la forma de la cabeza bonita. Y las orejas también.
—A mí también me lo parece, la verdad. Me dije: «¡Venga, rápate! No te sentará tan mal».
Pero a los chicos no les gusta. Dicen que parezco un alumno de primaria, que es como si me
hubiesen metido en un campo de concentración... y esas estupideces. ¿Por qué a los hombres os
gustan tanto las mujeres con melena? ¡Sois unos fascistas! ¿Por qué pensáis que las chicas con el
pelo largo son elegantes, dulces y femeninas? Yo conozco a unas doscientas cincuenta mujeres
con el pelo largo que son de lo más vulgar.
—A mí me gustas más así —le dije.
No mentía. Por lo que recordaba, con el pelo largo era una chica muy normalita. En cambio,
la que estaba sentada frente a mí destilaba vida y frescura por cada uno de sus poros, como si
fuera un animalito que acabara de irrumpir en el mundo para recibir la primavera. Sus pupilas se
movían como si tuvieran vida propia, riendo, enfadándose, asombrándose, conformándose. Hacía
mucho tiempo que no veía un rostro tan expresivo, y me quedé unos instantes mirándola
impresionado.
—¿De veras? —preguntó.
Asentí mientras comía la ensalada. Ella volvió a ponerse las gafas oscuras y me miró a través
de ellas.
—¿Me estás mintiendo?
—Intento ser siempre lo más sincero posible —afirmé.
—¡Vaya!
—¿Por qué llevas gafas oscuras?
—Al verme de repente con el pelo tan corto, me sentí indefensa. Como si me hubieran
arrojado desnuda entre la multitud. No logro sentirme cómoda. Por eso me pongo las gafas de
sol.
—Entiendo. —Terminé la tortilla. Ella miraba con profundo interés cómo comía—. ¿No
tendrías que volver con ellos? —Señalé a sus tres acompañantes.
—¡Qué más da! Ya iré cuando traigan la comida. No importa. Pero quizá te estorbo mientras
comes.
—Para nada. Si ya he terminado...
Como no hizo ademán de volver a su mesa, pedí una taza de café de postre. La dueña me
retiró el plato y, en su lugar, me trajo el azúcar y la leche.
—¿Por qué no has respondido hoy cuando han pasado lista? Te llamas Watanabe, ¿no? Tōru
Watanabe.
—Sí.
—¿Y por qué no has respondido?
—Hoy no me apetecía responder.