Page 31 - Tokio Blues - 3ro Medio
P. 31

—Seguro que nos encontramos por ahí cualquier día —le respondí, y me fui.
                   «¿Qué coño estás haciendo?», me dije asqueado al quedarme solo. No tendría que actuar de
               ese modo. Pero no podía evitarlo. Mi cuerpo tenía un hambre y una sed terribles y necesitaba
               acostarme con chicas. Cuando estaba con ellas pensaba todo el tiempo en Naoko. En la blancura
               de su cuerpo emergiendo en la oscuridad, en sus suspiros, en el ruido de la lluvia. Y cuanto más
               pensaba  en  ella,  más  hambriento,  más  sediento  me  sentía.  En  la  azotea,  bebiendo  whisky,
               pensaba: «¿Adonde quieres llegar?».
                   A principios de julio recibí una carta de Naoko. Era una misiva breve.

                   «Perdona  que  haya  tardado  tanto  tiempo  en  responderte.  Intenta  comprenderme.  Me  ha
               resultado muy difícil. He escrito y reescrito esta carta cientos de veces, pero me cuesta mucho.
               Empiezo por las conclusiones. Por ahora he dejado mis estudios. Aunque diga "por ahora" es
               probable que no vuelva nunca más a la universidad. De hecho, la licencia por interrupción de
               estudios no ha sido más que un trámite. Quizá creas que ha sido una decisión precipitada, pero
               llevaba mucho tiempo pensando en hacerlo. Intenté hablarte varias veces de ello, pero me sentía
               incapaz de abordar el tema. Me daba miedo pronunciar estas palabras.
                   »No te preocupes por nada. Así han ido las cosas. No quiero hacerte daño. Si es así, lo siento.
               Lo único que trato de decirte es que no soporto la idea de que, por culpa mía, te reproches nada.
               Yo soy la única responsable. Durante todo este año lo he ido posponiendo, y esto te ha creado a ti
               muchas molestias. Tal vez hasta hoy.
                   «Abandoné mi apartamento en Kokubunji y volví a mi casa de Kobe. Durante un tiempo he
               estado acudiendo al hospital. El médico dice que en las montañas de Kioto hay un sanatorio que
               me conviene,  y estoy pensando en ingresar allí. No es un hospital en el  sentido estricto de la
               palabra.  Es  una  especie  de  institución  muy  abierta.  Ya  te  lo  contaré  con  más  detalle  en  otra
               ocasión. Todavía no puedo escribir bien. Ahora lo que necesito es calmar mis nervios en un lugar
               tranquilo, alejado del mundo.
                   »A mi manera, te agradezco que hayas estado a mi lado durante este último año. Créeme. No
               eres tú quien me has herido. He sido yo misma. Esto lo tengo muy claro.
                   »Aún no estoy preparada para verte. No es que no quiera, es que no me veo con  ánimos.
               Cuando lo esté, te escribiré enseguida. Y entonces quizá podríamos conocernos mejor. Como tú
               dices, tendríamos que saber más el uno del otro.
                   «Adiós.»

                   Leí la carta más de cien veces. Y siempre que lo hacía me invadía una tristeza insondable. La
               misma que sentía cuando Naoko me miraba fijamente a los ojos. Era incapaz de soportar aquel
               desconsuelo, pero no podía encerrarlo en ninguna parte. No tenía contornos, ni peso, igual que un
               fuerte viento soplando a mi alrededor. Ni siquiera podía investirme de él.  La escena discurría
               despacio ante mis ojos. Pero las palabras que se pronunciaban no llegaban a mis oídos.
                   Los  sábados  por  la  noche  seguía  sentándome  en  la  silla  del  vestíbulo  y  dejaba  pasar  el
               tiempo. Nadie iba a llamarme, pero tampoco tenía otra cosa que hacer. Siempre fingía que estaba
               viendo en la televisión la retransmisión del partido de béisbol. El espacio inconmensurable que se
               abría entre el televisor y yo se dividía en dos; luego este espacio volvía a partirse por la mitad. El
               proceso se repetía una y otra vez, hasta que al final era tan pequeño que cabía en la palma de mi
               mano.
                   A las diez apagaba el televisor, regresaba a mi habitación y me dormía.
   26   27   28   29   30   31   32   33   34   35   36