Page 27 - Tokio Blues - 3ro Medio
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—Pues ahora la has tenido —repliqué enfadado. Y le mostré las entradas desperdiciadas por
culpa de su calentura.
—¡Menos mal que eran invitaciones!
Tuve el impulso de agarrar la radio y tirarla por la ventana, pero empezó a dolerme la cabeza,
me metí en la cama y me dormí.
En febrero nevó en varias ocasiones.
A finales de mes tuve una pelea estúpida con uno de los alumnos mayores que vivía en la
misma planta que yo. Le aticé y se golpeó la cabeza contra el muro de cemento. Por suerte, no
fue grave y, además, Nagasawa intercedió por mí. De todas formas, el director de la residencia
me llamó a su despacho y me soltó una reprimenda. A partir de entonces, jamás volví a sentirme
a gusto en la residencia.
Así terminó el curso escolar y llegó la primavera. Suspendí algunas asignaturas. Mis notas
fueron mediocres. Muchas C y D, alguna B. Naoko pasó a segundo sin suspender ninguna
asignatura. Habíamos completado el ciclo de las cuatro estaciones.
A mediados de abril Naoko cumplió veinte años. Puesto que yo había nacido en noviembre,
ella era siete meses mayor. No acababa de hacerme a la idea de que ella cumpliera veinte años.
Me daba la impresión de que lo normal sería que, tanto ella como yo—, viviéramos eternamente
entre los dieciocho y diecinueve años. Después de los dieciocho, cumplir diecinueve; después de
los diecinueve, cumplir otra vez dieciocho. Eso sí tendría sentido. Pero ella había cumplido veinte
años. Y yo en otoño también los cumpliría. Sólo un muerto podía quedarse en los diecisiete años
para siempre.
El día de su cumpleaños llovió. Después de las clases compré un pastel, subí al tren y me
dirigí a su casa. «Hoy cumples veinte años y hay que celebrarlo», le dije. A mí me hubiera
gustado que ella hiciera lo mismo. Debe de ser muy triste celebrar que cumples veinte años solo.
El tren estaba lleno y traqueteaba, de modo que cuando llegué a su casa el pastel parecía las
ruinas del Coliseo romano. Con todo, tras poner las veinte velitas que tenía preparadas,
encenderlas, correr las cortinas y apagar la luz, aquello pareció un cumpleaños. Naoko abrió una
botella de vino. Bebimos, comimos pastel, tomamos una cena sencilla.
—No sé por qué pero me parece estúpido cumplir veinte años —dijo Naoko—. No estoy
preparada. Me siento rarísima. Parece que alguien esté empujándome por detrás.
—Yo aún tengo siete meses para ir haciéndome a la idea. —Me reí.
—¡Qué suerte! Todavía tienes diecinueve años. —Naoko sintió envidia.
Durante la comida le conté que Tropa-de-Asalto se había comprado un jersey nuevo. Antes
sólo tenía uno (el azul marino del uniforme del instituto). El nuevo era rojo y negro, muy bonito,
con un motivo de ciervos. El jersey era precioso, pero cuando Tropa-de-Asalto lo llevaba puesto,
despertaba la hilaridad general. Él no podía entender de qué se reían.
—Wat-watanabe, ¿qué te-tengo de ra-raro? —me preguntó sentándose a mi lado en el
comedor—. ¿Llevo algo pegado en la cara?
—Ni llevas nada pegado, ni pasa nada raro. —Intenté mantener la compostura—. Por cierto,
bonito jersey.
—Gracias. —Sonrió muy contento.
A Naoko le divirtió esta historia.
—Quiero conocerlo. Aunque sea una vez.
—No puede ser. Seguro que te partirías de risa —dije.
—¿Tú crees?