Page 29 - Tokio Blues - 3ro Medio
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Aquella noche me acosté con Naoko. No sé si fue lo correcto. Ni siquiera hoy, veinte años
después, podría decirlo. Tal vez jamás lo sepa. Pero entonces era lo único que podía hacer. Ella
estaba en un terrible estado de nerviosismo y confusión; deseaba que yo la tranquilizase. Apagué
la luz de la habitación, la desnudé despacio, con ternura; luego me quité la ropa. La abracé.
Aquella noche de lluvia tibia no sentimos el frío. En la oscuridad, exploramos nuestros cuerpos
sin palabras. La besé, envolví con suavidad sus senos con mis manos. Naoko asió mi pene erecto.
Su vagina, húmeda y cálida, me esperaba. Sin embargo, cuando la penetré sintió mucho dolor. Le
pregunté si era la primera vez, y ella asintió. Me quedé desconcertado. Creía que ella y Kizuki se
acostaban. Introduje el pene hasta lo más hondo, lo dejé inmóvil y la abracé durante mucho
tiempo. Cuando vi que se tranquilizaba, empecé a moverlo despacio y, mucho después, eyaculé.
Al rato, Naoko me abrazó muy fuerte y gritó. Era el orgasmo más triste que había oído nunca.
Cuando todo hubo terminado, le pregunté por qué no se había acostado con Kizuki. No debí
preguntarlo. Naoko apartó los brazos de mi cuerpo y volvió a llorar en silencio. Saqué el futón
del armario empotrado y la acosté. Luego me fumé un cigarrillo mientras contemplaba la lluvia
de abril que caía al otro lado de la ventana.
A la mañana siguiente había escampado. Naoko dormía dándome la espalda. O quizá no
había dormido en toda la noche. Despierta o dormida, sus labios habían perdido todas las
palabras, su cuerpo estaba tan rígido que parecía congelado. Le dirigí varias veces la palabra,
pero no obtuve respuesta. No se movió siquiera. Me quedé mucho tiempo con la vista clavada en
su hombro desnudo; al final, desistí y me incorporé en la cama.
En el suelo quedaban los restos de la noche anterior: fundas de disco, copas, botellas de vino,
un cenicero. Sobre la mesa, medio pastel de cumpleaños hecho migas. Como si el tiempo se
hubiese detenido de repente. Recogí las cosas esparcidas por el suelo y bebí dos vasos de agua
del grifo.
Encima del pupitre yacía un diccionario y una tabla de verbos franceses. De la pared de
encima del pupitre colgaba un calendario. Sólo cifras, sin fotografías ni dibujo alguno. El
calendario estaba inmaculado. Ni una nota, nada.
Recogí mi ropa del suelo y me vestí. La pechera de la camisa todavía estaba húmeda y fría.
Acerqué el rostro; olía a Naoko. En el bloc de encima del pupitre escribí: «Cuando te
tranquilices, me gustaría hablar contigo con calma. Llámame pronto. Feliz cumpleaños».
Contemplé una vez más el hombro de Naoko, salí de la habitación y cerré la puerta con cuidado.
Una semana después aún no me había llamado. En casa de Naoko no se podía dejar ningún
recado en el contestador, así que el domingo por la mañana me acerqué a Kokubunji. Ella no
estaba y la placa con su nombre había sido arrancada de la puerta. Las ventanas y contraventanas
estaban cerradas. Al preguntar por ella al portero, me dijo que se había mudado tres días antes. Y
que no sabía adonde.
Volví a la residencia y le escribí una larga carta a su casa de Kobe. Pensé que, estuviera
donde estuviese, sus padres se la remitirían.
Le expresé mis sentimientos.
«Hay muchas cosas que no entiendo todavía, pero estoy tratando de comprenderlas. Necesito
tiempo. No tengo la más remota idea de dónde estaré llegado ese momento. Por eso no puedo
decirte palabras bonitas prometiéndote o pidiéndote nada. Todavía nos conocemos poco. Pero, si
me das tiempo, haré lo imposible para que podamos conocernos mejor. Quiero volver a verte y
hablar contigo. Cuando perdí a Kizuki, perdí a la única persona con quien podía sincerarme.
Supongo que a ti te sucedió lo mismo. Es probable que tú y yo nos necesitemos más el uno al