Page 30 - Tokio Blues - 3ro Medio
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otro de lo que suponíamos. Y que, debido a esto, nuestra relación haya dado un rodeo, que, en
               cierto  sentido,  se  haya  torcido.  Quizá  no  tendría  que  haber  hecho  lo  que  hice.  Pero  no  podía
               actuar de otro modo. Y la intimidad y el cariño que sentí hacia ti en aquel momento no los había
               experimentado nunca antes. Quiero una respuesta. La necesito.»

                   Esto decía mi carta. No obtuve respuesta.
                   Algo se hundió en mi interior y, sin nada que pudiera rellenar ese vacío, quedó un gran hueco
               en mi corazón. Mi cuerpo mostraba una ligereza anormal y una resonancia hueca. Empecé a ir a
               la  universidad  con  mayor  frecuencia.  Las  clases  eran  aburridas  y  apenas  hablaba  con  mis
               compañeros, pero no tenía otra cosa que hacer. Me sentaba solo en un extremo de la primera fila
               y atendía a las lecciones, no cruzaba palabra con nadie, comía solo. Dejé de fumar.
                   A  finales  de  mayo  la  universidad  declaró  una  huelga.  La  llamaban  «desarticulación  de  la
               universidad».  Yo  pensaba:  «Ya  ves.  Desarticuladla  si  es  eso  lo  que  queréis.  Desmontadla  a
               piezas,  aplastadla  bajo  vuestros  pies,  reducidla  a  polvo.  No  me  importa  lo  más  mínimo.  Me
               quedaré más fresco que una rosa. Es más. Si es preciso, os echaré una mano. ¡Adelante!».
                   Dado que la universidad permanecía cerrada y las clases habían sido suspendidas, empecé un
               trabajo de media jornada en una empresa de transportes. Me sentaba en el camión en el asiento
               del  copiloto  y  cargaba  y  descargaba  trastos.  El  trabajo  era  más  duro  de  lo  que  esperaba.  Al
               principio me dolían todos los huesos y a duras penas podía levantarme por las mañanas. Pero me
               pagaban bien y, mientras estaba ocupado y me mantenía activo, olvidaba el vacío que sentía en
               mi interior. Trabajaba durante el día en la empresa de transportes y, tres noches por semana, en la
               tienda de discos. Las noches que libraba, leía en mi habitación y bebía whisky. Tropa-de-Asalto
               no  probaba  el  alcohol  y  no  soportaba  su  olor.  Cuando  me  vio  tumbado  en  la  cama  bebiendo
               whisky, se quejó diciendo que con aquella peste no podía estudiar. Que bebiera fuera.
                   —Vete tú —le espeté.
                   —Pe-pero en el dor-dormitorio no se puede tomar alcohol. Son las nor-normas.
                   —Vete tú —le repetí.
                   No insistió. Me había puesto de malhumor, así que subí a la azotea y me tomé allí mi vaso de
               whisky.
                   En junio volví a escribirle una larga carta a Naoko, que le envié a Kobe. El contenido era
               similar al de la primera. Añadí que era muy duro estar esperando su respuesta y que sólo quería
               saber si la había herido. Al echarla al buzón, sentí cómo el hueco que había en mi corazón se
               agrandaba un poco más.
                   En junio salí un par de veces con Nagasawa y me acosté con otras chicas. Fue muy sencillo
               en  ambas  ocasiones.  Una  de  las  dos  chicas,  ya  en  la  cama  del  hotel,  cuando  me  disponía  a
               desnudarla, ofreció una resistencia salvaje, pero cuando, harto del asunto, me puse a leer un libro
               en la cama, pegó inmediatamente su cuerpo contra el mío. La otra chica, después de hacer el
               amor, quiso saberlo todo sobre mí. Con cuántas mujeres me había acostado en mi vida, de dónde
               era, a qué universidad iba, qué tipo de música me gustaba, si había leído alguna novela de Osamu
               Dazai, a qué país del extranjero preferiría viajar, si sus senos me parecían más grandes que los de
               las demás chicas...  Me hizo toda clase de preguntas.  Le respondí  como pude  y me dormí. Al
               despertarme, me dijo que quería desayunar conmigo. Entramos en una cafetería y tomamos el
               menú: unos huevos malos, unas tostadas infames y un café peor todavía. Durante el desayuno ella
               siguió interrogándome. En qué trabajaba mi padre, si había sacado buenas notas en el instituto, en
               qué mes había nacido, si había comido ranas alguna vez, etcétera. Empezó a dolerme la cabeza,
               así que, después del desayuno, le dije que tenía que irme a trabajar.
                   —¿Volveremos a vernos? —preguntó con semblante triste.
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