Page 19 - Tokio Blues - 3ro Medio
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Recién  llegado  a  Tokio,  cuando  empecé  una  nueva  vida  en  la  residencia,  tenía  un  único
               propósito: tratar de no tomarme las cosas a pecho, mantener la debida distancia con el mundo.
               Nada más. Y decidí olvidar por completo la mesa de billar forrada de fieltro verde, el N-360 rojo
               y las flores blancas sobre el pupitre, la columna de humo alzándose desde la alta chimenea del
               crematorio,  el  pisapapeles  con  forma  achaparrada  en  la  sala  de  interrogatorios.  Al  principio,
               pensé que iba a lograrlo. Sin embargo, por más que intentase olvidarlo, en mi interior permanecía
               una especie de masa de aire de contornos imprecisos. Con el paso del tiempo, esta masa empezó a
               definirse.  Ahora  puedo  traducirla  en  las  siguientes  palabras:  «La  muerte  no  existe  en
               contraposición a la vida sino como parte de ella».
                   Expresado en palabras, suena a tópico, pero yo en ese momento lo sentía como una masa de
               aire  en  mi  interior.  La  muerte  estaba  presente  en  el  pisapapeles,  en  las  cuatro  bolas  rojas  y
               blancas alineadas sobre la mesa de billar. Y nosotros vivimos respirándola, y va adentrándose en
               nuestros pulmones como un polvo fino.
                   Hasta entonces había concebido la muerte como una existencia independiente, separada por
               completo de la vida. «Algún día la muerte nos tomará de la mano. Pero hasta el día en que nos
               atrape nos veremos libres de ella.» Yo pensaba así. Me parecía un razonamiento lógico. La vida
               está en esta orilla; la muerte, en la otra. Nosotros estamos aquí, y no allí.
                   A partir de la noche en que murió Kizuki, fui incapaz de concebir la muerte (y la vida) de una
               manera tan simple. La muerte no se contrapone a la vida. La muerte había estado implícita en mi
               ser desde un principio. Y éste era un hecho que, por más que lo intenté, no pude olvidar. Aquella
               noche de mayo, cuando la muerte se llevó a Kizuki a sus diecisiete años, se llevó una parte de mí.
                   Viví la primavera de mis dieciocho años sintiendo esta masa de aire en mi interior. Al mismo
               tiempo, intentaba no mostrarme serio, pues intuía que la seriedad no me acercaba a la verdad.
               Pero  la  muerte  es  un  asunto  grave.  Quedé  atrapado  en  este  círculo  vicioso,  en  esta  asfixiante
               contradicción. Cuando miro hacia atrás, hoy pienso que fueron unos días extraños. Estaba en la
               plenitud de la vida y todo giraba en torno a la muerte.
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