Page 16 - Tokio Blues - 3ro Medio
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—Sí.
—En el instituto era corredora de fondo. Corría unos diez o quince kilómetros. Además,
como a mi padre le gustaba el montañismo, desde pequeña, todos los domingos me llevaba con él
de excursión. Ya has visto que detrás de casa está la montaña. Así que las piernas se me han ido
fortaleciendo poco a poco.
—Pues no lo parece —dije.
—No, ¿verdad? Todo el mundo piensa que soy una chica muy delicada. Pero uno jamás debe
fiarse de las apariencias. —Subrayó sus palabras con una media sonrisa.
—Sintiéndolo mucho, estoy hecho polvo.
—Vaya, perdona. Te he llevado todo el día de aquí para allá.
—No te lo negaré. Pero así hemos tenido la oportunidad de charlar. Que yo recuerde, ésta es
la primera vez que lo hacemos.
Sin embargo, por más que lo intentaba, era incapaz de recordar de qué habíamos hablado.
Naoko, sin razón aparente, hacía girar el cenicero sobre la mesa.
—Si quieres..., si no te va mal..., si no fuese una molestia..., podríamos vernos otra vez. Ya sé
que no tengo ningún derecho a proponértelo, pero...
—¿Derecho? —me extrañé—, ¿qué quieres decir con «derecho»?
Ella enrojeció. Tal vez mi sorpresa había sido excesiva.
—No sé explicarlo —comentó en tono de disculpa. Se subió las mangas del chándal hasta los
codos y volvió a bajárselas. La luz de la lámpara confería un bonito color dorado al suave vello
de sus brazos—. No es «derecho» lo que quería decir. Era otra cosa muy distinta.
Naoko hincó los codos sobre la mesa y clavó la vista en un calendario que colgaba de la
pared. Tal vez esperaba encontrar allí las palabras adecuadas. Por supuesto, no las halló. Suspiró,
cerró los ojos y se arregló el pasador del pelo.
—No importa —tercié—. Comprendo lo que quieres decir. Pero yo tampoco sé cómo
expresarlo.
—No puedo hablar bien —dijo Naoko—. Me pasa desde hace un tiempo. Cuando intento
decir algo, sólo se me ocurren palabras que no vienen a cuento o que expresan todo lo contrario
de lo que quiero decir. Y, si intento corregirlas, me lío aún más, y más equivocadas son las
palabras, y al final acabo por no saber qué quería decir al principio. Es como si tuviera el cuerpo
dividido por la mitad y las dos partes estuviesen jugando al corre que te pillo. En medio hay una
columna muy gruesa y van dando vueltas a su alrededor jugando al corre que te pillo. Siempre
que una parte de mí encuentra la palabra adecuada, la otra parte no puede alcanzarla.
Naoko levantó la vista y me miró a los ojos.
—¿Entiendes lo que quiero decir?
—Esto nos sucede a todos —añadí—. Todos queremos expresarnos y nos impacientamos
cuando no encontramos las palabras apropiadas.
Naoko pareció decepcionada por mi comentario.
—No era eso —dijo, pero no añadió nada más.
—No me importa quedar contigo. Los domingos nunca tengo nada que hacer, y andar es
bueno para la salud.
Tomamos la línea de tren Yamanote y, en Shinjuku, Naoko hizo trasbordo a la línea Chūō.
Vivía en un pequeño apartamento de alquiler en Kokubunji.
—¿Crees que hablo de forma diferente a como lo hacía antes? —me preguntó al separarnos.
—Sí, me da esa impresión —contesté—. Pero no podría decirte por qué. Aunque nos
veíamos mucho, no recuerdo que habláramos demasiado.
—Es cierto —reconoció Naoko—. ¿Puedo llamarte el sábado que viene?