Page 17 - Tokio Blues - 3ro Medio
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—Claro. Te estaré esperando.

                   Conocí a Naoko durante la primavera de mi segundo año de bachillerato. Ella también estaba
               en segundo curso e iba a un exclusivo colegio de monjas. Un colegio tan fino que, si estudiabas
               demasiado, te tildaban de hortera. Yo tenía un buen amigo llamado Kizuki (más que bueno era,
               literalmente,  el  único);  Naoko  era  su  novia.  Kizuki  y  Naoko  salían  juntos  casi  desde  su
               nacimiento; sus casas quedaban a menos de doscientos metros la una de la otra.
                   Al igual que muchas parejas que han crecido juntas, mantenían una relación muy abierta y no
               sentían unos deseos muy fuertes de estar a solas. Se visitaban con frecuencia, solían cenar con la
               familia  del  uno  o  del  otro,  jugaban  al  mahjong  con  ellos.  Me  habían  incluido  en  varias  citas
               dobles. Naoko venía con una compañera de clase y los cuatro íbamos al zoo, a la piscina o al
               cine. Debo reconocer que las chicas que me presentaba Naoko eran guapas, pero algo refinadas
               para  mi  gusto.  Yo  hubiera  preferido  a  una  de  mis  compañeras  de  la  escuela  pública,  aunque
               fuesen un poco menos sofisticadas, alguien con quien poder hablar relajadamente. Para mí era un
               misterio  saber  qué  estarían  rumiando  aquellas  lindas  cabecitas.  Tal  vez  no  nos  hubiéramos
               entendido.
                   Total, que Kizuki desistió de organizar citas dobles y, en vez de esto, empezamos a salir los
               tres: Kizuki, Naoko y yo. Visto ahora, no era una situación muy normal, pero sí lo que mejor
               resultaba.  En  cuanto  entraba  una  cuarta  persona  todo  rechinaba.  Cuando  estábamos  los  tres
               juntos, aquello parecía un talk show televisivo: yo era el invitado; Kizuki, el anfitrión talentoso, y
               Naoko, su ayudante. Kizuki siempre era el centro de atención y sabía cómo llevarlo. Era cierto
               que tenía una vena sarcástica y que solían tacharlo de arrogante, pero, en esencia, era una persona
               amable y justa. Cuando estábamos los tres juntos, hablaba y bromeaba con Naoko y conmigo de
               manera equitativa, e intentaba que ninguno de los dos se sintiera marginado. Si uno permanecía
               largo  rato  en  silencio,  sabía  cómo  sacarle  las  palabras.  Mirándolo,  yo  pensaba  que  debía  de
               resultarle  muy  difícil,  pero  ahora  no  lo  creo.  Kizuki  tenía  la  capacidad  de  graduar,  en  cada
               segundo, la atmósfera del lugar y de adaptarse a ella. Además, tenía el talento de sacar a relucir
               las partes interesantes de la charla de un interlocutor que no lo era especialmente. Y cuando uno
               hablaba  con  él,  tenía  la  impresión  de  ser  alguien  excepcional  que  llevaba  una  vida
               interesantísima.
                   Sin embargo, no era una persona sociable. En la escuela, yo era su único amigo. No entendía
               cómo una persona tan inteligente, un conversador tan brillante, no llevaba su talento a círculos
               más amplios y se contentaba con nuestro pequeño mundo a tres. Tampoco entendía por qué me
               había escogido como amigo. Yo era una persona corriente a quien le gustaba estar a solas leyendo
               o escuchando música, no tenía nada que pudiera llamarle la atención a alguien como Kizuki. Con
               todo,  congeniamos  enseguida.  Su  padre  era  un  dentista  famoso  por  su  habilidad  y  sus  altos
               honorarios.
                   —¿Te apetece que salgamos en parejas este domingo? Mi novia va a un colegio de monjas y
               traerá a una chica guapa —me dijo Kizuki al poco de conocernos.
                   —Vale —le respondí.
                   Así conocí a Naoko.
                   Pasábamos  mucho  tiempo  los  tres  juntos,  pero,  en  cuanto  Kizuki  se  levantaba  y  nos
               quedábamos solos Naoko y yo, jamás lográbamos mantener una conversación fluida. No se nos
               ocurría nada de que hablar. En realidad, no teníamos ningún tema de conversación en común. Y,
               ¡qué remedio!, nos limitábamos a beber agua o a juguetear con los objetos que había encima de la
               mesa sin apenas dirigirnos la palabra. Esperando a que volviera Kizuki. En cuanto aparecía él se
               reanudaba la conversación. Naoko era poco habladora, y yo prefería escuchar a hablar, así que,
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