Page 170 - Tokio Blues - 3ro Medio
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"¡Anda, pero si te has cambiado de peinado!". Pero no ha habido suerte. Si te hubieras fijado,
               hubiera roto esta carta y hubiera dicho: "Vámonos a tu casa. Te haré una buena cena. Y luego nos
               iremos a la cama los dos muy juntitos". Pero eres tan insensible como una plancha de hierro.
                   » Adiós.
                   »P.D. A partir de ahora, aunque me veas en clase, haz el favor de no dirigirme la palabra.»

                   La llamé por teléfono desde la estación de Kichijōji, pero no respondió nadie. Como no tenía
               nada que hacer, recorrí el barrio buscando algún trabajo que pudiera compaginar con las clases de
               la universidad. Los sábados y domingos tenía el día libre; los lunes, miércoles y jueves podía
               trabajar a partir de las cinco de la tarde. Sin embargo, no me fue fácil encontrar un trabajo que se
               adecuara a mi agenda. Desistí y regresé a casa, y cuando fui a hacer la compra para la cena, volví
               a telefonear a Midori. Se puso su hermana y me dijo que Midori todavía no había vuelto y que no
               sabía cuándo regresaría. Le di las gracias y colgué el auricular.
                   Después  de  cenar  me  dispuse  a  escribirle  una  carta,  pero,  tras  intentarlo  varias  veces  sin
               éxito, acabé escribiendo a Naoko.
                   Le conté que había llegado la primavera y que, con ella, empezaba un nuevo curso. Le dije lo
               mucho que la echaba de menos y que hubiera querido verla y hablar con ella. Pero había decidido
               ser fuerte. Éste era el único camino que se abría ante mí.

                   «Además, tal vez sea un problema mío y a ti te dé lo mismo, pero ya no me acuesto con
               nadie. Porque no quiero olvidar el tacto de tu piel. Para mí, aquellos instantes son mucho más
               preciosos de lo que puedas imaginarte. Siempre pienso en ellos.»

                   Metí la carta en el sobre, le pegué un sello, me senté a la mesa y permanecí un rato con la
               mirada  clavada  en  ella.  La  carta  era  mucho  más  breve  que  de  costumbre,  pero  me  dio  la
               impresión de que, de este modo, lograría transmitirle mejor mis sentimientos a Naoko. Me serví
               unos tres centímetros de whisky, que bebí de dos tragos, y me dormí.

                   Al día siguiente encontré un trabajo para los sábados  y domingos, cerca de la estación de
               Kichijōji. Era un trabajo de camarero en un restaurante italiano y el sueldo no era nada del otro
               mundo, pero el almuerzo y los desplazamientos estaban incluidos. Los lunes, miércoles y jueves,
               sustituiría a los camareros del turno de noche que libraban —cosa que sucedía con frecuencia—.
               El encargado me prometió que pasados los tres primeros meses me subiría el sueldo y que podía
               empezar a trabajar el sábado de la semana siguiente. Aquel hombre parecía mucho más honesto y
               cabal que el estúpido encargado de la tienda de discos.

                   Cuando telefoneé al apartamento de Midori, volvió a ponerse su hermana, y esta vez me dijo
               que Midori no había aparecido desde el día anterior  y me preguntó si yo tenía idea de dónde
               podía estar. Lo único que yo sabía era que llevaba un pijama y un cepillo de dientes en el bolso.

                   La vi en la clase del miércoles. Vestía un jersey del color de la artemisa y las gafas oscuras
               que solía llevar en verano. Estaba sentada en la última fila, hablando con una chica bajita con
               gafas que había visto antes. Me acerqué y le dije que, después de la clase, quería hablar con ella.
               La  chica  de  las  gafas  me  miró  y  a  continuación  la  miró  a  ella.  Efectivamente,  el  peinado  de
               Midori era mucho más femenino que tiempo atrás.
                   —He quedado. —Negó con la cabeza.
                   —No te entretendré mucho. Sólo serán cinco minutos —dije.
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