Page 165 - Tokio Blues - 3ro Medio
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estamos, hasta cierto punto, aquejados por nuestros propios síntomas de manera
                        cíclica.  Pero  después  de  tu  regreso  los  síntomas  se  agravaron.  Ahora  tiene
                        dificultades  incluso  a la hora de mantener  una  conversación.  No sabe elegir las
                        palabras.  Y  esto  la  confunde  enormemente.  La  confunde  y  la  asusta.  Las
                        alucinaciones auditivas han ido incrementándose.
                            »Cada día hacemos terapia con un médico. Hablamos de varias cosas (ella, el
                        médico y yo), intentamos esclarecer qué partes de ella se han dañado. Yo propuse
                        incluirte en alguna sesión, si ello fuera posible, y el médico estuvo de acuerdo,
                        pero Naoko se opuso. Éstas fueron sus palabras: "Cuando me vea, quiero que me
                        encuentre  con  el  cuerpo  limpio".  He  aquí  sus  razones.  Intenté  convencerla
                        diciéndole que lo importante era que se recuperara lo antes posible, pero ella no
                        cambió de opinión.
                            »Creo  que  ya  te  lo  había  explicado  antes,  pero  éste  no  es  un  hospital
                        especializado.  No  es  un  sanatorio  eficaz  que  cuenta  con  médicos  especialistas;
                        aquí  no  puede  seguirse  una  terapia  intensiva.  El  objetivo  de  esta  institución  es
                        ofrecer un ambiente propicio para que los pacientes puedan tratarse a sí mismos y
                        no  incluye  un  tratamiento  médico  propiamente  dicho.  Así  que,  si  el  estado  de
                        Naoko empeora, tendrán que trasladarla a otro hospital o institución médica. Para
                        mí esto sería muy duro, pero parece inevitable. Por supuesto, aunque fuera así, se
                        trataría  de  una  especie  de  "viaje  de  trabajo"  temporal  y  quedaría  abierta  la
                        posibilidad  de  su  retorno.  O,  si  las  cosas  fueran  bien,  tal  vez  se  curaría
                        definitivamente y podría abandonar cualquier hospital. Estoy haciendo todo lo que
                        puedo,  y  Naoko  también.  Reza  por  su  recuperación.  Y  sigue  escribiendo  como
                        hasta ahora.
                                                                                         »REIKO ISHIDA
                                                                                         »31 de marzo.»
                   Tras  leer  la  carta,  permanecí  sentado  en  el  porche  contemplando  el  jardín,  que  ya  había
               adquirido un aire primaveral. Había un viejo cerezo con las flores casi abiertas. Soplaba un suave
               viento y la luz confería al paisaje una extraña tonalidad difusa. Poco después Gaviota volvió de
               alguna  parte  y,  tras  estar  un  rato  arañando  las  tablas  del  porche,  estiró  los  músculos
               perezosamente a mi lado y se durmió.
                   En  algo  tenía  que  pensar,  pero  no  sabía  cómo  empezar.  A  decir  verdad,  no  me  apetecía
               pensar en nada. Decidí que ya llegaría el momento en que me sentiría impelido a hacerlo y que
               entonces lograría pensar con calma. Ahora no quería pensar en nada.
                   Permanecí  todo  el  día  apoyado  en  una  columna  del  porche  acariciando  a  Gaviota  y
               contemplando el jardín. Sentía que todas mis fuerzas me habían abandonado. Avanzó la tarde,
               llegó el atardecer y pronto las tinieblas azules de la noche cubrieron el jardín. Gaviota se marchó;
               yo me quedé contemplando las flores del cerezo. En ese crepúsculo de primavera, parecían carne
               desollada,  al  rojo  vivo.  El  jardín  estaba  lleno  del  olor  pesado  y  dulzón  de  la  carne  podrida.
               Recordé el cuerpo de Naoko. Su hermoso cuerpo yacía en la oscuridad, y de su piel brotaban
               innumerables tallos, pequeños y verdes, que temblaban y se mecían con el viento. «¿Por qué tiene
               que estar enfermo un cuerpo tan hermoso?», me pregunté. «¿Por qué no dejan a Naoko en paz?»
                   Entré en casa y corrí las cortinas, pero, como era de esperar, también las habitaciones olían a
               primavera, que cubría el mundo entero. Pero a mí, en aquellos momentos, me hacía pensar en la
               putrefacción. Dentro de aquella casa con las persianas cerradas, sentí un odio profundo hacia la
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