Page 169 - Tokio Blues - 3ro Medio
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—Pero es cierto. Yo lo he aprendido de manera empírica —dijo Midori.

                   Mientras  tomábamos  una  taza  de  café,  entraron  en  la  cafetería  dos  chicas,  al  parecer
               compañeras  de  clase  de  Midori,  y  las  tres  se  mostraron  las  matrículas  y  estuvieron  un  rato
               charlando de todo lo imaginable: de las notas que habían sacado el día anterior en alemán, de que
               habían oído que una de ellas se había hecho daño, de lo bonitos que eran los zapatos de la otra, de
               dónde los había comprado... Yo escuchaba distraído aquella cháchara que parecía llegarme del
               otro  extremo  del  planeta.  Tomaba  sorbos  de  café  y  miraba  al  otro  lado  del  ventanal.  Veía  el
               habitual  panorama  de  la  universidad  en  primavera.  El  cielo  velado  por  una  ligera  bruma,  los
               cerezos en flor, unos estudiantes a todas luces novatos andando con libros nuevos bajo el brazo...
               Mientras  contemplaba  este  paisaje,  volví  a  quedarme  absorto.  Pensé  en  Naoko,  que  tampoco
               aquel año podría volver a la universidad. En la repisa del ventanal había un pequeño jarrón con
               anémonas.
                   Cuando las dos chicas se fueron a su mesa tras un «Hasta luego», Midori y yo abandonamos
               el local y paseamos por el barrio. Recorrimos las librerías de viejo y compramos varios libros,
               entramos en otra cafetería y tomamos otra taza de café, jugamos a la máquina del millón en un
               salón recreativo, nos sentamos en el parque y charlamos. En general, ella era la que hablaba; yo
               me  limitaba  a  asentir.  Midori  me  dijo  que  estaba  sedienta  y  fui  a  una  pastelería  del  barrio  a
               comprar dos Coca-Colas. Mientras  tanto,  ella  garabateó  algo  con un bolígrafo  en un bloc.  Al
               preguntarle de qué se trataba, me respondió que no era nada importante.
                   A las tres y media me dijo que tenía que irse, que había quedado con su hermana en Ginza.
               Los  dos  caminamos  hasta  la  estación  del  metro  y  allí  nos  despedimos.  En  el  instante  de
               separarnos, ella me introdujo una hoja de papel doblada en cuatro en el bolsillo del abrigo. Me
               dijo que la leyera al regresar a casa. La leí en el tren.

                   «Te estoy escribiendo esta carta aprovechando que has ido a comprar unas Coca-Colas. Es la
               primera vez en mi vida que le escribo una carta a alguien que está sentado en un banco a mi lado.
               Pero es la única manera que he encontrado para comunicarme contigo. Porque apenas escuchas lo
               que digo, ¿no es cierto?
                   »Hoy me has hecho algo terrible. No te has dado cuenta siquiera de que me he cambiado el
               peinado, ¿verdad? Después del tiempo que he tardado en dejarme crecer el pelo, a finales de la
               semana pasada por fin logré hacerme un peinado más o menos femenino. Pero tú no te has dado
               cuenta. Y  yo que pensaba que estaba bastante mona  y que, después de estar tanto tiempo  sin
               vernos, te sorprenderías..., pero no te has fijado. Esto es el colmo, ¿no crees? Quizá no recuerdes
               qué  ropa  llevaba  puesta.  Yo  soy  una  chica.  Por  más  cosas  que  tengas  en  la  cabeza,  ¡podrías
               prestarme un poco más de atención! Hubiera bastado con una frase del estilo: "Te sienta bien este
               peinado". Te hubiera perdonado que fueras a la tuya, que pensaras en qué sé yo.
                   »Por esto, te he dicho una mentira. No es cierto que haya quedado con mi hermana en Ginza.
               Hoy pensaba pasar la noche en tu casa. Dentro del bolso llevo el pijama y el cepillo de dientes.
               ¡Ja, ja, ja! Parezco idiota. Si no me has invitado... En fin, te importo un rábano y, por lo visto,
               quieres estar solo, así que te dejaré en paz. Quémate las cejas pensando en lo que te dé la gana.
                   »No  creas  que  estoy  enfadada  contigo.  Sólo  estoy  triste.  Porque  tú  has  sido  muy  amable
               conmigo y, a cambio, no he sabido ayudarte. Tú siempre estás encerrado en tu propio mundo y,
               cuando llamo a la puerta, "toc, toc", te limitas a levantar la cabeza antes de volver a encerrarte.
                   »Ahora te acercas con las Coca-Colas. Parece que tengas la cabeza en las nubes. He deseado
               que tropezaras, pero no te has caído. Ahora acabas de sentarte a mi lado, te estás bebiendo la
               Coca-Cola  a  sorbos.  Deseaba  que  al  volver  hubieras  caído  en  la  cuenta  y  al  fin  me  dijeras:
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