Page 166 - Tokio Blues - 3ro Medio
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primavera. Odié todo lo que me había traído, odié el dolor sordo que sentía en mi interior. Era la
primera vez en mi vida que odiaba algo con tanta intensidad.
Pasé tres días extraños, sintiéndome como si estuviese andando por el fondo del mar. Cuando
alguien me hablaba, no entendía lo que me estaba diciendo; cuando yo le hablaba a alguien, éste
no me entendía. Como si me envolviera una espesa membrana. Me impedía entrar en contacto
con el mundo que me rodeaba. Al mismo tiempo, la gente no podía tocar mi piel. Yo carecía de
fuerzas, pero, mientras me protegiera la membrana, no tenían poder alguno sobre mí.
Contemplaba el techo apoyado en la pared; cuando tenía hambre comía cualquier cosa que
tuviera a mano, bebía agua y, cuando me invadía la tristeza, bebía whisky y dormía. Sin lavarme,
sin afeitarme. Así pasé tres días.
El 6 de abril recibí una carta de Midori. Me decía que el 10 de abril era el día de la matrícula
y que podíamos quedar en el patio de la universidad e ir a comer juntos. Escribía:
«He tardado mucho en responderte. Creo que ahora ya estamos empatados y
podemos hacer las paces. Te echo mucho de menos».
Leí la carta cuatro veces, pero no logré entender qué quería decir con ella. ¿Qué significado
podía tener? Estaba confuso, era incapaz de encontrar la conexión entre una frase y la siguiente.
¿Qué tenía que ver el hecho de quedar con ella el «día de la matrícula» con estar «empatados»?
¿Por qué quería ir a comer conmigo? «Me estoy volviendo loco», pensé. Sentía la cabeza
embotada, como las raíces hinchadas por la humedad de una planta que ha crecido en la
oscuridad más completa. «No puedo seguir así», pensé en mi aturdimiento. «No puedo seguir así
eternamente. Tengo que hacer algo.» De repente, recordé las palabras de Nagasawa: «No te
compadezcas de ti mismo. Eso sólo lo hacen los mediocres». «¡Bravo, Nagasawa! ¡Qué grande
eres!», pensé. Y me levanté después de exhalar un suspiro.
Por primera vez en mucho tiempo hice la colada, me bañé y me afeité, limpié la casa, fui a
comprar, cociné una comida decente, comí, di de comer a Gaviota, que estaba hambrienta, no
bebí otra cosa más fuerte que la cerveza e hice treinta minutos de gimnasia. Al mirarme en el
espejo en el momento de afeitarme, vi lo demacrado que estaba. Aquel rostro de ojos ausentes me
resultó extraño.
A la mañana siguiente di un largo paseo en bicicleta y, tras volver a casa y comer, leí de
nuevo la carta de Reiko. Intenté pensar qué debía hacer en el futuro. El motivo principal de que la
carta de Reiko me hubiese afectado tanto estribaba en que ésta, en un segundo, había echado por
tierra mis esperanzas más optimistas, mi fe en que Naoko podía recuperarse. La propia Naoko,
hablando de su enfermedad, me había dicho que tenía unas raíces muy profundas; Reiko, a su
vez, había reconocido que no sabía qué iba a ocurrir. Sin embargo, a pesar de ello, yo había ido a
ver a Naoko dos veces, me había dado la impresión de que estaba mejorando y había decidido
que el único problema que ella tenía consistía en reunir el coraje suficiente para integrarse en la
sociedad. Si ella lo lograra, nosotros dos, uniendo nuestras fuerzas, podríamos salir adelante.
No obstante, el castillo que yo había construido sobre esta frágil hipótesis se había
derrumbado al leer la carta de Reiko. Lo único que quedaba ahora era una superficie plana e
insensible. Debía replantearme la situación. Tal vez Naoko tardara mucho tiempo en recuperarse.
E incluso, suponiendo que lo lograra, saldría muy debilitada del proceso, con menos confianza en
sí misma. Yo tenía que adaptarme a las nuevas circunstancias. Era consciente de que la solución a
mis problemas no estribaba en fortalecerme a mí mismo, por supuesto, pero, en cualquier caso, lo
único que podía hacer era mantener la moral alta. Lo único que podía hacer era esperar con
paciencia a que ella se curara.