Page 12 - Tokio Blues - 3ro Medio
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masturba mirándolo». Fue una broma, pero todos lo creyeron. Lo aceptaron con tanta naturalidad
que yo mismo acabé pensando que era cierto.
Todos me compadecían por tener que compartir habitación con Tropa-de-Asalto, pero a mí
no me desagradaba. Mientras yo mantuviera limpias mis cosas, él me dejaba en paz, así que era
un compañero bastante cómodo. Él se encargaba de la limpieza, tendía los futones, sacaba la
basura. Cuando yo tenía mucho trabajo y llevaba tres días sin bañarme, él arrugaba la nariz y me
aconsejaba que me diera un baño. También solía decirme que fuera al barbero o que me cortara
los pelos de la nariz. Lo único molesto era que, en cuanto veía un insecto, pulverizaba insecticida
por toda la habitación, y yo entonces tenía que refugiarme en el caos de la habitación vecina.
Tropa-de-Asalto estudiaba geografía en una universidad pública.
—Es-estoy estu-tudiando ma-mapas —me dijo cuando nos conocimos.
—¿Te gustan los mapas? —le pregunté.
—Sí. Cuando acabe la universidad quiero entrar en el Instituto Nacional de Geografía y hacer
ma-mapas.
Me admiró la gran diversidad de deseos y objetivos que pretende alcanzar el ser humano. Era
una de las primeras cosas que me habían sorprendido al llegar a Tokio. Si no hubiera algunas
personas —no hace falta que sean muchas— que se interesan, apasionan incluso, por la
cartografía, tendríamos un serio problema. Pero me extrañaba que alguien que tartamudeaba cada
vez que pronunciaba la palabra «mapa» quisiera entrar en el Instituto Nacional de Geografía. A
veces tartamudeaba y a veces no, pero cuando se trataba de la palabra «mapa» tartamudeaba el
cien por cien de las veces.
—¿Qué es-estudias? —me preguntó.
—Teatro —le respondí.
—¿Haces teatro?
—No. Se trata de leer obras de teatro, de investigar. Ya sabes, Racine, Ionesco,
Shakespeare...
Repuso que, aparte de Shakespeare, no había oído hablar jamás de los otros autores. Yo
apenas los conocía, pero figuraban en el índice de materias del curso.
—Bu-bueno, sea como sea, eso es lo que te gusta —dijo.
—No especialmente —repuse.
Esta respuesta lo desconcertó. Y cuando se desconcertaba su tartamudeo se agravaba. Me
sentí culpable.
—Me daba igual una cosa que otra —le expliqué—. Etnología, historia de Asia... Al final
elegí teatro un poco por casualidad.
Por supuesto, no era ése el tipo de explicación que podía convencerlo.
—No lo en-entiendo. —Puso cara de no entender nada—. En mi ca-caso, me gustan los ma-
mapas, y por eso estudio ma-mapas. Por eso, he en-entrado en una universidad de Tokio, y mis
padres me envían di-dinero. Pero tú dices que a ti no te pa-pasa lo mismo que a mí...
Su argumento era más lógico que el mío, así que desistí de seguir dándole explicaciones.
Luego nos jugamos a los chinos qué litera usaría cada uno. A mí me tocó la de arriba y a él la de
abajo.
Él siempre vestía camisa blanca, pantalones negros y jersey azul marino. Llevaba la cabeza
rapada, era alto, de pómulos marcados. Para ir a la universidad, se ponía siempre el uniforme de
estudiante y zapatos de cordones negros. Tenía toda la pinta de ser un estudiante de derechas y,
por eso, los demás chicos lo llamaban Tropa-de-Asalto, pero la verdad es que no sentía ningún
interés por la política. Le daba pereza elegir la ropa y, en consecuencia, vestía siempre así. Su
interés se limitaba a las transformaciones de la línea costera, a la construcción de un nuevo túnel