Page 161 - Tokio Blues - 3ro Medio
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aguantar que te lo haga siempre con la mano y con la boca? ¿O piensas solucionarlo acostándote
               con otras mujeres?
                   —Soy una persona optimista —dije.
                   Naoko  se  incorporó  en  la  cama,  se  pasó  la  camiseta  por  la  cabeza,  se  puso  la  camisa  de
               franela y los vaqueros. Yo también me vestí.
                   —Deja que lo piense —me pidió Naoko—. Y tú también piénsatelo bien.
                   —Eso haré. Por cierto, me ha gustado mucho tu felación.
                   Naoko se ruborizó y sonrió. —Kizuki también me lo decía.
                   —Ya veo que nuestras opiniones e intereses coinciden. —Me reí.
                   En la cocina, mesa por medio, hablamos del pasado mientras tomábamos una taza de café.
               Naoko  hablaba  cada  vez  más  de  Kizuki.  Charlaba  entrecortadamente,  eligiendo  las  palabras.
               Nevó y dejó de nevar, pero el sol no salió un solo instante durante aquellos tres días.
                   —Creo que podré volver en marzo —le prometí al despedirnos.
                   Luego la abracé por encima del grueso abrigo y la besé. —Adiós —se despidió Naoko.

                   Llegó 1970, un año con resonancias desconocidas que puso un definitivo punto final a mi
               adolescencia.  Y  empecé  a  hollar  un  lodazal  bien  distinto.  Aprobé  los  exámenes  finales  con
               relativa facilidad. Dado que no tenía otra cosa que hacer, acudía a clase casi todos los días y, por
               lo tanto, aunque no estudiara demasiado, me resultaba fácil aprobar.
                   En la residencia hubo problemas. Los activistas de cierto partido ocultaron cascos y barras de
               hierro  en  los  dormitorios  y  tuvieron  algunas  escaramuzas  con  los  integrantes  del  equipo
               deportivo, adeptos al director, a resultas de lo cual dos estudiantes resultaron heridos y otros seis
               fueron expulsados. Las repercusiones del incidente se dejaron notar hasta mucho después, y se
               sucedieron pequeñas peleas casi a diario. En la residencia reinaba una atmósfera opresiva, y todo
               el mundo tenía los nervios a flor de piel. Incluso a mí estuvieron a punto de pegarme los del
               equipo deportivo, pero, gracias a la intervención de Nagasawa, el asunto se solucionó. Aquél era
               el momento de abandonar la residencia.
                   En cuanto acabaron los exámenes empecé a buscar piso. Una semana después encontré un
               lugar adecuado en las afueras de Kichijōji. Las comunicaciones no eran buenas, pero se trataba de
               una casita muy acogedora. Podía considerarse un verdadero hallazgo. Se hallaba en un rincón
               apartado de una gran propiedad, como casita del jardinero, y estaba separada de la casa principal
               por un jardín bastante descuidado. El propietario usaba la fachada principal, y yo, la trasera, lo
               que me permitiría preservar la privacidad. Contaba con un dormitorio, una cocina pequeña, un
               baño y un armario más amplio de lo que podía desear. Incluso tenía un porche que daba al jardín.
               Me lo alquilaron por una cantidad más que razonable bajo la condición de que, si al año siguiente
               un nieto de los dueños venía a Tokio, yo dejaría la casa. Los dueños, un anciano matrimonio muy
               agradable, me dijeron que hiciera lo que quisiera, que ellos no me darían problemas.
                   Nagasawa me ayudó en la mudanza. Alquiló una furgoneta, cargamos allí mis trastos y, tal
               como me había prometido, me regaló una nevera, un televisor y un termo grande. Me iban a ser
               muy útiles. Dos días después él también abandonó la residencia para trasladarse al barrio de Mita.
                   —Watanabe,  no  creo  que  nos  veamos  durante  un  tiempo.  ¡Cuídate!  —me  dijo  al
               separarnos—. Sin embargo, ya te conté en una ocasión que tengo la sensación de que, dentro de
               mucho tiempo, volveremos a encontrarnos en un lugar extraño.
                   —Eso espero.
                   —Por cierto, ¿recuerdas esa noche en que intercambiamos las chicas? Era mejor la fea.
                   —Estoy de acuerdo contigo. —Empecé a reírme—. Cuida de Hatsumi. Hay pocas personas
               tan buenas como ella, y es más vulnerable de lo que parece.
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