Page 160 - Tokio Blues - 3ro Medio
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durante la cena y nos explicó por qué el dedo corazón era más largo que el índice y por qué en el
pie sucedía lo contrario. El guarda, el señor Ōmura, volvió a hablarme de la carne de cerdo de
Tokio. A Reiko le encantaron los discos con que la obsequié y transcribió algunas melodías para
tocarlas con la guitarra.
Naoko estaba mucho más callada que en otoño. Cuando estábamos los tres juntos apenas
abría la boca, se limitaba a permanecer sentada en el sofá, sonriendo. Reiko hablaba por ambas.
—No te preocupes —me dijo Naoko—. Ahora estoy en esta fase. Me divierte mucho más
escucharos a vosotros que hablar.
En un momento en que Reiko, con algún pretexto, salió de la casa, Naoko y yo nos
abrazamos sobre la cama. Besé con dulzura su cuello, sus hombros y sus pechos, y ella, como la
vez anterior, me excitó con la mano hasta llegar al orgasmo. Al abrazarla, después de eyacular, le
dije que a lo largo de aquellos dos meses no había olvidado el tacto de sus dedos. Y que me había
masturbado pensando en ella.
—¿No te has acostado con nadie? —me preguntó.
—No —le dije.
—Entonces acuérdate también de esto.
Se deslizó por la cama, tomó con suavidad mi pene entre los labios, lo introdujo en su cálida
boca y empezó a lamerlo. La lisa melena de Naoko me caía sobre el vientre y se mecía al compás
del movimiento de sus labios. Eyaculé por segunda vez.
—¿Podrás recordarlo? —me preguntó Naoko.
—Lo recordaré siempre —le dije.
La atraje hacia mi pecho, introduje los dedos bajo sus bragas y le acaricié la vagina, pero
estaba seca. Naoko hizo un gesto negativo con la cabeza y me retiró la mano. Permanecimos un
momento abrazados en silencio.
—Cuando acabe este curso, pienso dejar la residencia y buscarme un apartamento en alguna
parte —le dije—. Ya me he hartado de vivir allí y con mi trabajo de media jornada me alcanzará
el dinero. Si quieres, podríamos vivir juntos. ¿Qué te parece? No es la primera vez que te lo
propongo.
—Gracias. Estoy muy contenta de que me lo hayas pedido —contestó Naoko—. Éste no es
un mal sitio. Es tranquilo, Reiko es una buena persona, pero no me gustaría quedarme aquí para
siempre. Se trata de un sitio demasiado especial para permanecer en él demasiado tiempo. Me da
la impresión de que, cuanto más tiempo está uno aquí, más le cuesta salir.
Naoko enmudeció y dirigió la mirada al otro lado de la ventana. Fuera no se veía más que
nieve. Unas nubes amenazadoras surcaban el cielo, bajas y pesadas; entre el cielo y la tierra
cubierta de nieve se abría una estrecha franja.
—Piénsatelo —dije—. En todo caso, yo no me mudaré hasta marzo. Puedes venirte conmigo
cuando quieras.
Naoko asintió. La abracé cariñosamente, como si fuera un frágil objeto de cristal. Ella me
rodeó el cuello con los brazos. Yo estaba desnudo, ella llevaba unas bragas blancas. Su cuerpo
era hermoso. Jamás me hubiera cansado de mirarlo.
—¿Por qué no me humedezco? —susurró Naoko—. Sólo me pasó una vez; aquel día de abril,
cuando cumplí veinte años. Aquella noche en que tú me tomaste entre tus brazos. ¿Por qué no
puedo? ¿Por qué?
—Es algo psicológico, se solucionará con el paso del tiempo. No hay por qué impacientarse.
—Todos mis problemas son psicológicos —reflexionó Naoko—. Si no logro estar húmeda en
toda mi vida, si no puedo hacer el amor en toda mi vida, ¿me seguirás queriendo? ¿Podrás