Page 155 - Tokio Blues - 3ro Medio
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—El otro día me desnudé delante de la fotografía de mi padre. Le mostré mi cuerpo en una
postura de yoga. «Mira, papá, esto son las tetas, esto el coño...»
—¿Y por qué lo hiciste? —le pregunté anonadado.
—Me apetecía mostrarle mi cuerpo. Total, la mitad de mi existencia es fruto de un
espermatozoide suyo, ¿no? ¿Qué hay de malo en enseñárselo? «Ésta es tu hija.» Puestos a
confesarlo todo, estaba borracha, lo cual me animó a hacerlo.
—Ah.
—Al llegar, mi hermana se quedó patidifusa. Me vio desnuda, abierta de piernas, delante de
la fotografía de mi padre. Y claro, se sorprendió.
—No me extraña.
—Le expliqué mis razones. Le dije: «Hazlo tú también, Momo. Ven aquí, desnúdate y
enséñaselo todo a papá». Pero ella no lo hizo. Se sorprendió y se fue. En estas cosas, es muy
conservadora.
—Debe de ser una persona corriente —comenté.
—Watanabe, ¿qué te pareció mi padre?
—Soy bastante torpe con la gente. Pero con él no me sentí angustiado. Al contrario, estaba
cómodo. Hablamos de varias cosas.
—¿De qué?
—De Eurípides.
Midori se rió, divertida.
—¡Mira que eres raro! No creo que haya muchas personas en este mundo que se pongan a
hablarle de Eurípides a un enfermo que agoniza, a quien, además, acaban de conocer.
—Tampoco creo que haya muchas que se abran de piernas ante la foto de su padre —repuse.
Midori soltó una risita e hizo sonar la campanilla del altar budista.
—¡Buenas noches, papá! Nosotros ahora nos divertiremos, así que descansa en paz. Ya no
sufres, ¿verdad? Una vez muerto, se acaban los dolores. Y si todavía sufres, quéjate a Dios. Dile
que ya basta. Encuentra a mamá en el paraíso y disfruta con ella. Cuando te ayudaba a hacer pipí,
te vi el pito y no estaba nada mal. ¡Ánimo! ¡Buenas noches!
Entramos en el baño por turno y nos pusimos el pijama. Midori me prestó uno sin estrenar de
su padre. Me iba un poco pequeño, pero mejor era eso que nada. Midori extendió el futón de los
invitados en el suelo de la habitación donde estaba el altar budista.
—¿Te da miedo dormir frente al altar? —me preguntó.
—No hago nada malo. —Empecé a reírme.
—¿Me abrazarás hasta quedarme dormida?
—Como quieras.
La abracé tendido en el extremo de la pequeña cama de Midori, haciendo equilibrios para no
rodar por el suelo. Midori aplastaba la nariz contra mi pecho y apoyaba las manos en mis caderas.
Yo le rodeaba la espalda con el brazo derecho y me agarraba al borde de la cama con la mano
izquierda para no caerme. Aquéllas eran, sin duda, unas condiciones nada propicias para la
excitación sexual. La punta de mi nariz rozaba la cabeza de Midori, y su pelo corto me hacía
cosquillas en la nariz.
—Cuéntame algo —dijo Midori presionando la cara contra mi pecho.
—¿Qué quieres que te cuente?
—Cualquier cosa. Algo que me haga sentirme mejor.
—Eres muy guapa.
—Midori. Pronuncia mi nombre.