Page 154 - Tokio Blues - 3ro Medio
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—No, no hay nadie. Mi hermana está en casa de una amiga. Ella es muy miedosa y cuando
no estoy en casa se va a dormir fuera.
—Dejemos para otra ocasión lo del love hotel. Allí sólo conseguiremos sentirnos vacíos.
Vayamos a tu casa. Supongo que tendrás un futón para mí...
Midori reflexionó unos instantes y finalmente asintió.
—Vayamos a casa.
Tomamos la línea Yamanote, fuimos hasta Otsuka y al llegar levantamos la persiana metálica
de la librería Kobayashi. En la persiana habían pegado un papel donde ponía CERRADO
TEMPORALMENTE. El interior oscuro de la tienda olía a papel antiguo, como si llevaran
mucho tiempo sin abrirla. La mitad de los estantes permanecían vacíos y casi todas las revistas
estaban empaquetadas y listas para ser devueltas. La tienda me pareció mucho más vacía y helada
que la primera vez que la había visto. Parecía un barco abandonado en la orilla.
—¿Pensáis cerrar la tienda? —pregunté.
—Hemos decidido venderla —dijo Midori—. Venderla y repartirnos el dinero entre mi
hermana y yo. Y vivir por nuestra cuenta, sin nadie que nos proteja. Mi hermana se casa el año
que viene y a mí me quedan tres años de universidad. Espero que nos alcance el dinero. Además,
tengo un trabajo por horas. Cuando vendamos la tienda, alquilaremos un apartamento y durante
un tiempo viviremos juntas.
—¿Crees que encontraréis un comprador?
—Es probable. Tenemos un conocido que quiere montar una tienda de lanas y hace tiempo
que dice que le interesa el local. ¡Pobre papá! Se pasó la vida trabajando como un burro, compró
la tienda, fue pagando la hipoteca poco a poco y, de todo eso, al final no ha quedado nada. Todo
se ha esfumado como una burbuja.
—Quedas tú —dije.
—¿Yo? —Midori se rió con extrañeza. Respiró hondo—. Vayamos arriba. Aquí hace frío.
Al llegar a la planta superior, me hizo sentar a la mesa de la cocina y puso el agua del baño a
calentar. Entretanto, yo herví agua en la tetera y preparé el té. Mientras se calentaba el agua del
baño, tomamos té, sentados el uno frente al otro a la mesa de la cocina. Ella me estuvo
contemplando con la mejilla apoyada sobre la palma de la mano. No se oía otro ruido que el
tictac del reloj y el termostato de la nevera, encendiéndose y apagándose. El reloj señalaba casi la
medianoche.
—Watanabe, ahora que te miro con atención, veo que tienes una cara muy divertida —
comentó Midori.
—¿Ah, sí? —repuse ofendido.
—Me suelen gustar los chicos guapos, pero, cuanto más te observo, más claro lo tengo: no
estás nada mal.
—Yo a veces pienso lo mismo de mí mismo. Me digo: «No estás nada mal».
—No te ofendas. Me cuesta expresar mis sentimientos con palabras. Así que la gente siempre
me malinterpreta. Lo que trato de decir es que me gustas. Pero me parece que ya te lo había dicho
antes.
—Sí, ya me lo habías dicho —añadí.
—Poco a poco voy aprendiendo cosas sobre los hombres.
Midori trajo un paquete de Marlboro y tomó un cigarrillo.
—Y aún tengo muchas cosas que aprender.
—Lo imagino.
—¡Ah! Por cierto, ¿quieres quemar una barrita de incienso por mi padre? —sugirió Midori.
La seguí hasta la habitación donde estaba el altar budista y encendí una barrita de incienso.