Page 149 - Tokio Blues - 3ro Medio
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—Un Tom Collins —contestó Midori.
Después de pedir un whisky con soda, me fijé en la gran maleta de piel que descansaba a sus
pies.
—He estado de viaje. Acabo de volver ahora mismo —dijo.
—¿Y adonde has ido?
—A Nara y a Aomori.
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—¿De una vez? —exclamé sorprendido .
—¡No! Puede que sea excéntrica, pero no se me ocurriría ir, de una vez, a Nara y a Aomori.
Han sido dos viajes distintos. En Nara he estado con mi novio. A Aomori he ido sola.
Bebí un trago de whisky con soda, le encendí con una cerilla el cigarrillo Marlboro que
sostenía entre los labios.
—¿El funeral fue muy duro?
—No. Ya estamos acostumbradas. Basta con ponerse el kimono negro y estarse sentadita con
cara de buena chica. Los demás se encargaron de todo. Mi tío, los vecinos... Trajeron el sake,
encargaron el sushi, nos consolaron, lloraron, se quejaron, recordaron a mi padre. Fue muy
cómodo. En comparación con cuidar al enfermo un día sí y otro también, es como ir de picnic. Mi
hermana y yo estábamos tan cansadas que no nos salían las lágrimas. Ni llorar podíamos. Y, en
éstas, la gente empezó a murmurar: «Fíjate lo frías que son, que no derraman una lágrima...». A
nosotras nadie nos hace llorar a voluntad. De haberlo querido, hubiéramos podido fingir, pero
nosotras jamás haríamos una cosa así. Todos esperaban que lloráramos. Pues razón de más para
no hacerlo. En esto nos parecemos mucho. Aunque nuestros caracteres son muy distintos.
Midori llamó al camarero haciendo tintinear los brazaletes y pidió otro Tom Collins y una
ración de pistachos.
—Cuando terminó el funeral y todos volvieron a sus casas, mi hermana y yo estuvimos
bebiendo sake hasta el amanecer. Bebimos tres litros y medio. Y despachamos contra todas esas
lenguas viperinas: ése era un idiota; aquél, un miserable; el otro, un perro sarnoso; aquel otro, un
cerdo. Y un hipócrita. Y un ladrón. Dijimos todo lo que se nos pasó por la cabeza.
—Me lo imagino.
—Nos emborrachamos, nos metimos en la cama y dormimos como marmotas. Muy, muy
bien. Aunque sonara el teléfono, ni caso. Al despertarnos, encargamos sushi y, mientras
comíamos, estuvimos hablando. Hemos decidido cerrar la tienda durante un tiempo y hacer lo
que nos apetezca. Nos merecemos un pequeño descanso. Mi hermana ha pasado unos días con su
novio, y yo he ido dos días a Nara con el mío a follar como locos. —Midori calló de pronto y se
rascó la oreja—. ¡Perdona! ¡Vaya lengua!
—No te preocupes. Y entonces os fuisteis a Nara.
—Sí, Nara siempre me ha gustado.
—¿Y follaste como una loca?
—No lo hice ni una sola vez. —Soltó un profundo suspiro—. En cuanto llegué al hotel y abrí
la maleta, me vino la regla.
No pude reprimir una carcajada.
—No tiene gracia. Se me adelantó más de una semana. Fue para echarse a llorar. Quizá fue
por el estrés. Mi novio se puso furioso. Él siempre se enfada enseguida. Pero ¿qué podía hacer
yo? No quería que me viniese la regla. Además, cuando la tengo me encuentro mal. Los dos
primeros días no tengo ganas de hacer nada. En días así es preferible no verme.
25 Nara y Aomori están al sur y al norte de Tokio, respectivamente. (N. de la T.)