Page 144 - Tokio Blues - 3ro Medio
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había convertido en una elegante recepción. Era la primera vez que estaba con Hatsumi a solas y,
               para mí, fue una experiencia maravillosa. A su lado, tenía la sensación de haber sido ascendido a
               un estadio más alto de la vida. Después de acabar la tercera partida —Hatsumi ganó las tres, por
               supuesto—, empezó a dolerme la mano y decidimos interrumpir el juego.
                   —Lo siento. No tenía que haberte propuesto jugar al billar —me dijo Hatsumi apenada.
                   —No importa. La herida no es grave; además, lo he pasado muy bien —dije.
                   Cuando nos disponíamos a salir, una mujer delgada de mediana edad, al parecer la dueña del
               salón de billares, le comentó a mi acompañante:
                   —Chica, tienes madera.
                   —Gracias —contestó Hatsumi sonriendo. Y pagó la cuenta—. ¿Te duele? —me preguntó al
               salir.
                   —No mucho.
                   —¿Crees que se te habrá abierto la herida?
                   —No lo creo.
                   —Ven  a  casa.  Te  miraré  la  herida  y  te  cambiaré  el  vendaje.  En  casa  tengo  vendas  y
               desinfectante. Vivo muy cerca de aquí.
                   Le repliqué que no había ningún motivo para preocuparse, que estaba bien, pero ella insistió
               en que teníamos que comprobar si la herida se había abierto.
                   —¿O es que no te gusta estar conmigo y quieres volver a casa lo antes posible? —bromeó
               Hatsumi.
                   —¡Qué dices! —exclamé.
                   —Entonces deja de hacer cumplidos y vámonos. Llegaremos enseguida.
                   El apartamento de Hatsumi estaba en Ebisu, a unos quince minutos a pie de Shibuya. Aunque
               no podía calificarse de lujoso, era acogedor, con un pequeño vestíbulo y ascensor. Hatsumi me
               hizo sentar a la mesa de la cocina, fue a la habitación contigua, se cambió de ropa. Apareció con
               una sudadera con la inscripción PRINCETON UNIVERSITY y unos pantalones de algodón; ya
               no lucía los  pendientes  de oro.  Sacó un botiquín de alguna parte, me quitó  el  vendaje  y, tras
               comprobar que la herida no se había abierto, la desinfectó y me envolvió la mano con un vendaje
               limpio. Lo hizo con gran habilidad.
                   —¿Eres tan buena en todo? —le pregunté.
                   —Hace tiempo trabajé como voluntaria en un hospital. Hacía de enfermera. Allí aprendí a
               curar heridas —explicó Hatsumi.
                   Una vez terminó de vendarme la mano, sacó dos latas de cerveza de la nevera. Ella bebió
               media  lata,  y  yo,  una  y  media.  Luego  me  enseñó  una  fotografía  de  sus  amigas  del  club  de
               estudiantes de la universidad. Realmente, tenía unas amigas muy guapas.
                   —Si  te  decides  a  echarte  novia,  pásate  por  aquí  cuando  quieras  —me  ofreció—.  Te
               presentaré a una de ellas.
                   —Así lo haré.
                   —Watanabe, debes de pensar que soy una alcahueta.
                   —Un poco sí —le dije con franqueza, y me reí. Hatsumi también se rió. La risa le sentaba
               bien.
                   —Watanabe, ¿qué opinas de Nagasawa y de mí?
                   —¿Qué opino? ¿Sobre qué?
                   —¿Qué crees que debería hacer a partir de ahora?
                   —Diga lo que diga, no servirá de nada. —Bebí un sorbo de cerveza fría.
                   —No importa. Dime lo que piensas.
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