Page 132 - Tokio Blues - 3ro Medio
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años, que me casaría tres veces y que moriría en un accidente de tráfico. Pensé que no era una
mala vida.
Pasadas las cuatro, el padre se despertó y Midori se sentó a la cabecera de la cama y le
enjugó el sudor, le dio a beber agua, le preguntó si le dolía la cabeza. Vino una enfermera, le
tomó la temperatura, anotó cuántas veces había orinado, comprobó el estado del gota a gota. Yo
me senté en la sala de la televisión y durante un rato miré la retransmisión de un partido de
fútbol.
—Debo irme —le dije a Midori a las cinco. Luego me dirigí al padre—: Tengo que ir a
trabajar. De seis a diez y media vendo discos en una tienda de Shinjuku.
Él me miró e hizo un débil gesto afirmativo.
—Watanabe, no sé cómo agradecerte lo que hoy has hecho por mí, lo de hoy... —me dijo
Midori en el vestíbulo.
—No he hecho nada del otro mundo. Pero si crees que te ayudo, puedo volver la semana que
viene. Me apetece ver otra vez a tu padre.
—¿Hablas en serio?
—Total, en la residencia tampoco hago nada. ¡Ah! Y aquí puedo comer pepinos.
Midori, con los brazos cruzados, golpeaba el suelo de linóleo con sus tacones.
—Me gustaría tomar una copa contigo un día de éstos. Inclinó ligeramente la cabeza.
—¿Y la película porno?
—Podemos ir de copas después de la película —sugirió Midori—. Y hablaremos de
guarradas, como siempre.
—Perdona, pero no soy yo quien las dice, sino tú —protesté.
—Tanto da quién sea. En cualquier caso, mientras hablamos de porquerías, beberemos una
copa tras otra, nos emborracharemos, nos abrazaremos y nos iremos juntos a la cama.
—Puedo imaginarme lo que sigue. —Suspiré—. Y cuando yo lo intente, ¿tú me rechazarás?
—¡Bah! —rió Midori.
—Ven a recogerme a la residencia el domingo que viene. Podemos venir a visitar a tu padre.
—Mejor que me ponga una falda un poco más larga, ¿no?
—Sí.
Sin embargo, el domingo de la semana siguiente no fui al hospital. El padre de Midori
falleció la madrugada del viernes.
Aquel día Midori me llamó por teléfono a las seis y media de la mañana para comunicármelo.
Sonó el timbre anunciando que tenía una llamada, me puse una chaqueta sobre los hombros del
pijama, bajé al vestíbulo y tomé el auricular. Una lluvia fría caía en el más absoluto silencio.
—Papá ha muerto hace un rato —me dijo Midori con voz tranquila.
Le pregunté si había algo que pudiera hacer por ella.
—Gracias. Pero no hay ningún problema —contestó Midori—. Ya estamos acostumbradas a
los funerales. Sólo quería decírtelo —lanzó un suspiro—. No vayas al funeral. Los odio. No
quiero verte en un sitio así.
—De acuerdo —accedí.
—¿Me llevarás a ver una película porno?
—Claro.
—¿Una muy guarra?
—Buscaré una de ésas.
—Ya te llamaré yo —añadió Midori. Y colgó.