Page 128 - Tokio Blues - 3ro Medio
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—¿Estaba bueno?
—Malo —respondió.
—Sí, la verdad es que no tenía muy buena pinta. —Me reí.
El padre de Midori no contestó nada y clavó en mí los ojos. Pensé que estaba dudando entre
abrirlos o cerrarlos. «¿Sabe quién soy?», me pregunté de repente. Por alguna razón, parecía
encontrarse más cómodo a mi lado que cuando estaba con Midori. O quizá me confundía con otra
persona. De todos modos, se lo agradecía.
—Fuera hace un día espléndido —dije cruzando las piernas, sentado en la silla—. Estamos
en otoño, es domingo, hace un día espléndido, vayas adonde vayas todo está lleno de gente. En
días así lo mejor que se puede hacer es quedarse quieto en una habitación, tranquilo, tal como
estamos ahora. Sin cansarse. Cuando uno va a esos sitios atestados de gente, lo único que
consigue es cansarse, el aire está contaminado. Normalmente los domingos hago la colada. Por la
mañana lavo y tiendo la ropa en la azotea de la residencia, y al atardecer la recojo y la plancho.
No me molesta planchar. Me gusta que una prenda arrugada quede lisa. De hecho, soy bastante
bueno con la plancha. Al principio no lo era, claro. Hacía pliegues por todas partes. Pero al cabo
de un mes terminé acostumbrándome. Así que el domingo es el día de lavar y de planchar. Pero
hoy no he podido. Es una lástima. Es el día idóneo para hacer la colada.
»No pasa nada. Mañana me levantaré temprano y lo haré. No se preocupe. En realidad, los
domingos no tengo nada mejor que hacer.
«Mañana, después de lavar y tender la ropa, iré a la clase de las diez. Voy con Midori. Se
llama Historia del Teatro II y ahora estamos estudiando a Eurípides. ¿Sabe quién es Eurípides?
Un griego de la Antigüedad, uno de los tres grandes autores de la tragedia griega junto con
Esquilo y Sófocles. Al parecer, se supone que murió devorado por los perros en Macedonia, pero
hay quien disiente. En fin, éste es Eurípides. Yo prefiero a Sófocles, pero supongo que es
cuestión de gustos. Así que no tengo nada que decir al respecto.
»La característica de su obra radica en que hay diferentes cosas que se van complicando las
unas con las otras hasta que cualquier movimiento se hace imposible. Salen muchos personajes,
cada uno con sus propias circunstancias, razones y quejas, todos persiguiendo, a su modo, la
justicia y la felicidad. Por ello, todos acaban encontrándose en un callejón sin salida. Lógico, ¿no
le parece? Es imposible que prevalezca la idea de justicia, que todos alcancen la felicidad. Y se
produce el inevitable caos. ¿Entonces qué cree usted que sucede? En realidad, algo muy simple.
Al final aparece un dios. Y controla el tráfico. Tú vas para allá, tú te quedas aquí. Tú te juntas con
aquél, tú te quedas aquí un rato quieto. Todo se resuelve. A esto se le llama deus ex machina. En
las obras de Eurípides suele aparecer casi siempre un deus ex machina, y sobre este punto la
crítica está dividida.
»¡Sería tan cómodo que existiera un deus ex machina en el mundo real! ¿No le parece?
Cuando alguien pensara: "¿Y ahora qué hago? ¡Estoy atrapado!", un dios bajaría deslizándose
desde lo alto y lo resolvería todo. Nada podría ser más fácil. En fin, esto es Historia del Teatro II.
Éstas son las cosas que estudiamos en la universidad.
Mientras charlaba, el padre de Midori me miraba con ojos turbios, sin decir nada. Por su
mirada, era imposible discernir si entendía poco o mucho de lo que le estaba contando.
—¡En fin! —exclamé.
Después de hablar me sentí hambriento. Apenas había desayunado, y no había comido más
que media ración del almuerzo. Lamenté no haber comido bien al mediodía, pero el
arrepentimiento no solucionaba nada. Registré el armario buscando algo, pero sólo había una lata
de nori, pastillas de la tos Vicks y salsa de soja. En la bolsa de papel yacían los pepinos y los
pomelos.