Page 131 - Tokio Blues - 3ro Medio
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llevó de regreso a casa. Vino a buscarme a Fukushima. Volvimos a Ueno en tren comiendo bentō.
En estas dos ocasiones mi padre me contó muchas cosas, a ratos perdidos. Sobre el gran
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terremoto de Kantō , sobre la guerra, sobre la época en que nací. Cosas de las que no hablaba
normalmente. Pensándolo bien, ésas fueron las únicas veces en que mi padre y yo hablamos largo
y tendido. Mi padre, durante el gran terremoto de Kantō, pese a estar en el centro de Tokio, no se
enteró de nada.
—¡No me digas! —exclamé atónito.
—Como lo oyes. Me dijo que había enganchado un remolque a la bicicleta, estaba circulando
por Koishikawa y no notó nada. Cuando volvió a casa se encontró con que habían caído todas las
tejas y la familia estaba agarrada a las columnas, temblando. Y entonces mi padre, sin entender
nada, preguntó: «¿Qué estáis haciendo?». Estos son los recuerdos que tiene mi padre del gran
terremoto de Kantō. —Midori soltó una carcajada—. Los recuerdos de mi padre siempre son así.
Nada dramáticos. Todos vistos de una manera peculiar. Escuchando sus historias, da la impresión
de que en Japón no ha sucedido nada relevante durante los últimos cincuenta o sesenta años.
Nada. Absolutamente nada. Ya se trate de la revuelta de los jóvenes oficiales en febrero de 1936
o de la Guerra del Pacífico, él diría: «Ahora que lo mencionas, sí, creo que ocurrió algo de eso».
Es curioso, ¿no te parece?
»Me contó estas historias en el camino de vuelta de Fukushima a Ueno. Al final, siempre me
decía: "Midori, vayas adonde vayas, siempre es lo mismo". Y cuando oía eso, yo, que era una
niña, pensaba que sí, que debía de tener razón.
—¿Éstos son tus recuerdos de la estación de Ueno?
—Sí. ¿Y tú? ¿Te escapaste alguna vez de casa?
—No.
—¿Por qué no?
—Porque no se me ocurrió.
—Mira que eres raro —dijo Midori admirada, ladeando la cabeza.
—Tal vez.
—Sea como sea, creo que mi padre intentaba decirte que cuides de mí.
—¿De verdad?
—Yo estas cosas las intuyo. Por cierto, ¿qué le has respondido?
—No entendía bien lo que me estaba diciendo, así que le he dicho que no se preocupe, que
yo me encargaré del billete y de ti, que esté tranquilo.
—O sea, que le has prometido que cuidarías de mí. —Midori me miró a los ojos con
expresión seria.
—No es eso. —Me afané en justificarme—. No entendía a qué venía todo aquello y...
—Tranquilo. Es broma. Te estaba tomando el pelo. —Midori se rió—. Me encanta esta
faceta tuya.
Cuando acabamos de tomar el café, volvimos a la habitación. El padre de Midori seguía
profundamente dormido. Al acercar el oído, podía percibirse la respiración acompasada del
sueño. Conforme la tarde avanzaba, la luz del exterior fue mudando a un color suave y otoñal.
Una bandada de pájaros se acercó, se posó sobre los cables del tendido eléctrico y levantó el
vuelo. Midori y yo nos sentamos en un rincón, uno junto al otro, y charlamos en voz baja. Ella
me adivinó el futuro por las líneas de la mano y me pronosticó que viviría hasta los ciento cinco
24 Terremoto, seguido de un incendio, que asoló la región de Kantō, donde se encuentra Tokio, en el año 1923. (N.
de la T.)