Page 126 - Tokio Blues - 3ro Medio
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compasión bastara para limpiar la mierda, yo me compadecería cincuenta veces más que
cualquiera de ellos. Sin embargo, cuando termino la comida todos me miran reprochándome:
«¡Qué suerte tienes de estar tan bien!». Quizá todos me toman por una burra de carga. Ya son
mayorcitos, ¿no crees? ¿Por qué no entienden todavía de qué va el mundo? Hablar es muy fácil.
Lo importante es limpiar la mierda o no hacerlo. Yo también me siento herida en ocasiones. Y
también me quedo sin fuerzas. A mí también me entran ganas de ponerme a llorar. Imagínate.
Pese a no tener ninguna esperanza de curación, los médicos le abren la cabeza y se la remueven,
una y otra vez, y siempre empeora y va perdiendo poco a poco facultades, y yo soy testigo de ello
y no puedo ayudarle en nada. ¡Esto no hay quien lo soporte! Además, ves cómo tus ahorros van
fundiéndose. No sé si podré seguir yendo a la universidad los tres años y medio que me quedan, y
mi hermana mayor, tal como están las cosas, no podrá casarse.
—¿Cuántos días por semana vienes? —le pregunté.
—Cuatro —contestó Midori—. Aquí en principio ofrecen una atención completa, pero en
realidad las enfermeras no dan abasto. Hacen todo lo que pueden. Pero hay poco personal y
tienen que encargarse de demasiadas cosas. Así que, quieras o no, la familia tiene que ocuparse
hasta cierto punto. Mi hermana debe encargarse de la tienda y yo tengo que encontrar tiempo
entre clase y clase. Con todo, ella viene tres días por semana, y yo, cuatro. Empleamos cualquier
momento libre para una cita. Ya ves. Un programa de lo más apretado.
—Si estás tan ocupada, ¿por qué quedas conmigo?
—Porque me gusta estar contigo. —Midori jugueteaba con la taza de plástico.
—Vete a pasear durante las próximas dos horas —le dije—. Mientras, cuidaré a tu padre.
—¿Por qué?
—Porque es mejor que te alejes del hospital y descanses un rato. No hables con nadie, deja
que se te vacíe la cabeza.
Midori se lo pensó un momento, pero finalmente aceptó.
—Tal vez tengas razón. Pero ¿sabes cómo cuidarlo?
—Te he visto hacerlo. Y, más o menos, ya sé de qué va. Vigilar el gota a gota, darle agua,
secarle el sudor, limpiarle las flemas. El orinal está debajo de la cama, cuando tenga hambre debo
darle el resto del almuerzo... Si tengo alguna duda, se lo pregunto a la enfermera.
—Con eso basta. —Midori esbozó una sonrisa—. A veces empieza a perder la razón y dice
cosas raras. Cosas que no se sabe a qué vienen. Tú, si las dice, no hagas caso.
—No te preocupes por nada.
Al volver a la habitación, Midori le dijo a su padre que tenía que salir un momento y que
mientras tanto lo cuidaría otra persona. Al padre no pareció importarle. O quizá no había
entendido nada de lo que Midori le comentó. Yacía tendido boca arriba con la vista clavada en el
techo. De no ser porque parpadeaba, uno lo tomaría por muerto. Sus ojos estaban inyectados en
sangre, como si hubiera bebido, y cuando respiraba hondo las aletas de la nariz se le dilataban.
Aparte de esto, permanecía completamente inmóvil, y no hizo ademán de responder a Midori. Yo
era incapaz de imaginar qué pensamientos y qué sensaciones debía de haber en el fondo de
aquella conciencia borrosa. Pensé que tendría que hablarle, pero no sabía qué podía decirle, ni
tampoco cómo hacerlo, así que opté por permanecer callado. Poco después él cerró los ojos y se
durmió. Me senté en una silla junto a la cabecera de la cama, me quedé observando cómo le
temblaban las aletas de la nariz, recé para que no se muriera. Pensé en lo extraño que sería que
expirara estando yo a su lado. En definitiva, acababa de conocerlo, el único vínculo entre él y yo
era Midori, y la única relación que yo tenía con Midori era que ambos asistíamos a clase de
Historia del Teatro II.