Page 123 - Tokio Blues - 3ro Medio
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otras cosas, que ordenó y metió dentro de una taquilla que había junto a la puerta. En la bolsa
               asomaba la comida del paciente: dos pomelos, gelatina de fruta y tres pepinos.
                   —¿Pepinos? —exclamó Midori con estupor—. ¿Por qué ha metido pepinos? No sé qué tiene
               mi hermana en la cabeza, mira que le dije por teléfono lo que tenía que comprar exactamente... Y
               no le hablé de pepinos.
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                   —¿No se habrá confundido con los kiwis?  —aventuré.
                   Midori hizo chasquear los dedos.
                   —Sí,  seguro  que  le  pedí  kiwis.  Pero  si  hubiera  pensado  un  poco,  lo  habría  comprendido.
               ¿Cómo va un enfermo a mordisquear un pepino crudo? Papá, ¿quieres un pepino?
                   —No —terció el padre.
                   Midori se sentó a la cabecera de la cama y le contó a su padre algunos pormenores de su vida
               cotidiana.  Al  parecer,  la  televisión  se  veía  mal  y  habían  tenido  que  hacerla  reparar;  su  tía  de
               Takaido  iría  a  visitarlo  en  breve;  el  señor  Miyawaki,  el  farmacéutico,  se  había  caído  de  la
               bicicleta, y cosas por el estilo. El padre se limitaba a ir diciendo «Ya» por toda respuesta.
                   —¿Quieres comer algo, papá?
                   —No —respondió él.
                   —Watanabe, ¿te apetece un pomelo?
                   —No.
                   Al poco, Midori me propuso acompañarla a la sala de la televisión. Allí nos sentamos en un
               sofá y ella fumó un cigarrillo. Había tres pacientes en pijama fumando mientras veían un debate
               político.
                   —Aquel tío de las muletas no me quita los ojos de las piernas desde hace un rato. El que
               lleva gafas y pijama azul —dijo Midori divertida.
                   —Claro. Llevas una falda tan corta que te mira, todos te miran.
                   —¿Qué tiene de malo? Al fin y al cabo, aquí todos se aburren y no les hace ningún daño ver
               de vez en cuando las piernas de una chica. Quizá con la excitación se curen más rápido.
                   —¡Ojalá no les pase lo contrario! —comenté.
                   Midori se quedó un rato contemplando cómo ascendía el humo de su cigarrillo.
                   —Mi padre no es una mala persona. A veces dice cosas horribles, y yo me enfado con él,
               pero en el fondo es una persona honesta, y adoraba a mi madre. Además, a su manera, ha tenido
               una vida intensa. No tiene carácter, ni vale para los negocios, nunca ha sido muy popular, pero,
               en comparación con esos tíos astutos que van amañando las cosas como les da la gana, él es un
               hombre de lo más decente. Mi padre, una vez dice algo, no se echa atrás y, como a mí me ocurre
               lo mismo, siempre nos hemos peleado mucho. Pero no es una mala persona.
                   Midori me tomó la mano, como si hubiera recogido algo del suelo, y la posó en su regazo.
               Media  mano  me  quedó  encima  de  la  falda,  y  la  otra  media,  sobre  sus  muslos.  Se  quedó
               mirándome.
                   —Watanabe, me sabe mal tratándose de un hospital, pero ¿te importa quedarte un rato más
               conmigo?
                   —Hasta las cinco no hay problema. Me quedaré hasta entonces. Estar contigo es divertido.
               No tengo nada que hacer.
                   —¿Y qué sueles hacer los domingos?
                   —Lavo y plancho.
                   —No tienes ganas de hablarme de tu chica, ¿verdad? De la chica con la que sales.
                   —No. No me apetece demasiado. Es complicado y no me veo capaz de explicártelo.

               23  En japonés las dos palabras se parecen. «Pepino» es kyūri, y «kiwi», kiiwi. (N. de la T.)
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