Page 121 - Tokio Blues - 3ro Medio
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toda regla? Pero, en fin, como siempre era el motivo de la discordia, decidí hacer los veinte
onigiri sin rechistar. Les metí umeboshi dentro y los envolví con nori. ¿Y sabes qué me dijeron?
Que dentro de mis onigiri sólo había umeboshi y que no había traído nada más. Por lo visto, las
otras chicas los habían rellenado con salmón o huevas de bacalao y los habían acompañado de
tortilla. Me puse tan furiosa que no me salían las palabras. ¿Aquellos tíos que se llenaban la boca
hablando de la revolución protestaban por unos onigiri que iban a comerse a medianoche? ¿No
era suficiente para ellos unos onigiri con umeboshi dentro y envueltos en nori? ¡Pensad en los
niños de la India!
Me reí a mandíbula batiente.
—¿Y qué hiciste con el club de estudiantes?
—Dejé de ir en junio. Ya estaba harta. No aguantaba más —explicó Midori—. La mayoría de
chicos en esta universidad son unos idiotas. Viven temblando de miedo de que los demás se den
cuenta de que no saben algo. Todos leen los mismos libros, dicen las mismas cosas, todos se
emocionan escuchando a John Coltrane y viendo películas de Pasolini. ¿Es esto la revolución?
—Jamás he visto una, así que no puedo decírtelo.
—Si esto es la revolución, yo no la quiero para nada. Me fusilarían por no meter más que
umeboshi en los onigiri. Y a ti te fusilarían por entender el modo condicional.
—Es posible —dije.
—Yo eso lo sé muy bien. Porque soy del pueblo. Haya o no revolución, el pueblo seguirá sin
contar para nada y tirando para adelante, día a día. ¿Qué es la revolución? No es sólo cambiar el
nombre del ayuntamiento. Pero aquellos personajes no tenían ni idea. Ellos fanfarroneaban
diciendo tonterías. ¿Has visto alguna vez a un inspector de Hacienda?
—No.
—Yo sí. Muchas veces. Entran tan resueltos en las casas ajenas, dándose importancia: «¿Qué
es este libro de contabilidad? Veo que todo está un poco manga por hombro. ¿De verdad cree que
esto es un gasto? Enséñeme los recibos. ¡Los recibos!». Nosotros estábamos agazapados en un
rincón de la tienda y, al llegar la hora de comer, hacíamos traer sushi.
Mi padre jamás intentó estafar con los impuestos. Él es así. Chapado a la antigua. No
obstante, el inspector de Hacienda iba protestando por todo. «Los ingresos son un poco bajos, ¿no
le parece?» Los ingresos eran bajos porque ganábamos cuatro perras. Cuando nos decía eso nos
sentíamos humillados. Me daban ganas de gritarle: «¡Vete a hacer eso a un sitio donde haya más
dinero!». Watanabe, ¿crees que si triunfara la revolución cambiaría la actitud de los inspectores
de Hacienda?
—Lo dudo muchísimo.
—Entonces yo no creo en la revolución. Yo sólo creo en el amor.
—¡Di que sí! —grité.
—¡Eso es! —exclamó Midori.
—Por cierto, ¿adonde vamos? —le pregunté.
—Al hospital. Mi padre está ingresado y hoy me toca estar con él.
—¿Tu padre? —Me sorprendió su respuesta—. ¿No estaba en Uruguay?
—Eso era mentira —dijo Midori como si tal cosa—. Él siempre amenazaba con que quería
marcharse a Uruguay, pero no puede ir. A duras penas puede salir de Tokio.
—¿Cómo se encuentra?
—Hablando claro, es cuestión de tiempo.
Caminamos un rato en silencio.
—Padece la misma enfermedad que acabó con la vida de mi madre, así que lo sé bien. Tiene
un tumor cerebral. Hace dos años que mi madre murió de eso. Y ahora mi padre tiene un tumor.