Page 120 - Tokio Blues - 3ro Medio
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—¿Y lo has entendido?
                   —Algunos  pasajes  sí,  pero  otros  no.  Para  poder  leer  El  capital,  antes  es  necesario  haber
               adquirido un sistema de pensamiento. Pero, en general, entiendo el marxismo bastante bien.
                   —¿Crees que un estudiante de primero de universidad que no haya leído muchos libros de
               ese estilo puede entenderlo?
                   —Creo que no —dije.
                   —Cuando ingresé  en la universidad, entré en un club  de música folk porque me  apetecía
               cantar. Pero aquel sitio estaba lleno de impostores. Cuando me acuerdo de ellos, se me ponen los
               pelos de punta. Al entrar allí, lo primero que te hacían leer era El capital. «Para el próximo día,
               lee de tal a tal página.» Según el discursito que nos soltaron, la música folk estaba íntimamente
               ligada a la sociedad y al movimiento radical. ¡Ya ves tú! En cuanto llegaba a casa, me esforzaba
               en leer a Marx. Pero no entendía nada. Aquello era peor que el modo condicional. Desistí a la
               tercera página. En la siguiente reunión dije que lo había leído pero que no había entendido nada.
               A partir de entonces me trataron de imbécil: que no tenía conciencia de los problemas, que me
               faltaba conciencia social... No bromeo. Y todo por decir que no entendía un texto. ¿No te parece
               alucinante?
                   —Sí.
                   —Los «debates» también eran terribles. Todos utilizaban palabras complicadas y ponían cara
               de  entenderlo  todo.  Como  no  me  aclaraba,  volví  a  preguntar:  «¿Qué  es  la  explotación
               imperialista? ¿Tiene alguna relación con la Compañía de las  Indias Orientales?». O esto otro:
               «¡Abajo  la  comunidad  industrial-académica!  ¿Significa  que  al  salir  de  la  universidad  uno  no
               puede encontrar trabajo en una empresa?». Nadie supo explicármelo. Al contrario, se enfadaron
               ostensiblemente. ¿Puedes creerlo?
                   —Sí.
                   —Me gritaban: «¿Cómo puede ser que no entiendas estas cosas? ¿Qué tienes en la cabeza?».
               Y ése fue el fin. Quizás yo no soy muy inteligente. Pertenezco al pueblo. Pero ¿no es el pueblo el
               que hace funcionar el mundo? ¿Acaso no es el pueblo el explotado? ¿Qué revolución es ésa en
               que se alardea de palabras complicadas que el pueblo no entiende? ¿Qué clase de cambio social
               es ése? Yo también quiero mejorar el mundo. Pienso que, si alguien está siendo explotado, esto
               tiene que terminar. Y de ahí vienen mis preguntas. ¿Tengo razón?
                   —Sí, tienes razón.
                   —Entonces llegué a la conclusión de que todos aquellos tíos eran unos impostores. Que se
               sentían felices fanfarroneando con palabras complicadas, que sólo pretendían impresionar a las
               alumnas de primero y meterles mano bajo las faldas. Y que, al terminar cuarto, se cortarían el
               pelo,  buscarían  un  empleo  en  Mitsubishi-Shōji,  en  Tokyo  Broadcasting  System,  IBM  o  en  el
               banco Fuji, se casarían con unas bellezas que no hubieran leído a Marx en su vida y les pondrían
               nombres  repelentes  a  sus  hijos,  de  ésos  rebuscados.  ¿«Abajo  la  comunidad  industrial-
               académica»?  Era  para  llorar  de  risa...  No  te  imaginas  a  los  nuevos.  Pese  a  no  entender  nada,
               ponían  cara  de  sabelotodo  y  se  reían  de  mí.  Incluso  me  soltaban:  «Eres  tonta.  Aunque  no
               entiendas nada, tú diles "Sí, sí. ¡Y tanto!", y ya está». Hay una cosa que aún me molestó más.
               ¿Quieres que te la cuente?
                   —Sí.
                   —Un día nos convocaron a una reunión política a medianoche, y a las chicas nos dijeron que
                                        22
               lleváramos veinte onigiri  cada una. ¡No bromeo! ¿No te parece una discriminación sexual en

               22  Bolas de arroz rellenas de diferentes alimentos, como, por ejemplo, umeboshi (ciruelas secas encurtidas en sal),
               sake (salmón), envueltas en nori, un tipo de alga marina seca. (N. de la T.)
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