Page 116 - Tokio Blues - 3ro Medio
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—Quiero tenderme en una cama grande, muy mullida. Eso en primer lugar —explicó
Midori—. Me encuentro a gusto, estoy borracha, a mi alrededor no hay ningún cagajón de mula,
tú estás tendido a mi lado. Y entonces empiezas a desnudarme con dulzura. Como una madre
desnudaría a su hijo. Suavemente.
—Y... —susurré.
—Yo al principio estoy adormilada, sintiéndome en la gloria, pero, de pronto, recobro el
sentido y grito: «¡No, Watanabe! Me gustas, pero salgo con un chico y no puedo hacerlo. Yo soy
muy estricta en estas cosas. ¡Basta! ¡Por favor!». Pero tú no te detienes.
—Yo me detendría.
—Lo sé. Pero esto es una fantasía —dijo Midori—. Y me enseñas tu cosita. Allí, enhiesta.
Yo bajo enseguida la mirada, claro. Pero la veo de refilón y digo: «¡No, por favor! ¡No puedes
meterme una cosa tan grande y tan dura!».
—No la tengo grande. La tengo normal.
—Eso no importa. Es una fantasía. De pronto, pones una cara triste. Y yo me compadezco de
ti y te consuelo: «¡Pobre! ¡Pobrecillo! ¡Venga! ¡No pasa nada!».
—¿Y eso es lo que te gustaría hacer ahora?
—Sí.
—¡Vaya! —exclamé.
Salimos del bar DUG después de tomarnos cinco vodkas con tónica cada uno. Cuando me
disponía a pagar, Midori me dio un golpecito en la mano, sacó de su cartera un billete de diez mil
yenes sin una arruga y pagó la cuenta.
—Invito yo. No te preocupes. He cobrado uno de los trabajos que hago a tiempo parcial.
Ahora bien, si eres un fascista a quien no le gusta que lo invite una mujer, la cosa cambia.
—No lo soy.
—¿A pesar de que no te he dejado metérmela?
—Porque es tan grande y está tan dura...
—Exacto —dijo Midori—. Porque es tan grande y está tan dura...
Midori estaba ebria y resbaló cuando bajaba por la escalera. Estuvimos a punto de caer los
dos escaleras abajo. Al salir del bar, vimos que las nubes que cubrían el cielo habían
desaparecido y que un sol crepuscular vertía una suave luz sobre las calles por las que Midori y
yo vagábamos. Ella me dijo que quería subirse a un árbol, pero, por desgracia, en Shinjuku no
había ninguno y a aquella hora el parque ya estaba cerrado.
—¡Lástima! ¡Me encanta subirme a los árboles! —se lamentó ella.
Mientras paseaba con Midori mirando los escaparates de las tiendas, me di cuenta de que el
mundo había dejado de parecerme tan irreal como un rato antes.
—Doy gracias por haberte conocido. Tengo la sensación de que me he readaptado al mundo
—afirmé.
Midori se detuvo y me miró atentamente.
—Es verdad. Ahora ya enfocas bien la mirada. Chico, ¡te sienta bien salir conmigo!
—Sí.
A las cinco y media Midori dijo que tenía que preparar la cena y que se iba a casa. Yo subí al
autobús y volví a la residencia. La acompañé hasta la estación de Shinjuku y allí nos despedimos.
—¿Sabes lo que me gustaría hacer ahora? —soltó cuando ya nos separábamos.
—No tengo la menor idea. ¡Quién sabe qué te ronda por la cabeza! —comenté.
—Me gustaría que unos piratas nos hicieran prisioneros, que nos desnudaran y nos ataran con
una cuerda.