Page 115 - Tokio Blues - 3ro Medio
P. 115

a  que  lo  dejes  todo  y  te  vayas  a  Uruguay,  nada  menos.  Si  allí  no  hay  más  que  cagajones  de
               burro...
                   —Tal vez.
                   —Cagajones por todas partes. Una mierda si estás aquí, una mierda si vas allá. El mundo
               entero es una mierda. Toma, te doy éste, que está duro. —Midori me dio un pistacho que costaba
               pelar. Le quité la cascara con esfuerzo—, Pero el domingo pasado me relajé muchísimo. Los dos
               en el terrado mirando el incendio, bebiendo y cantando. Hacía mucho tiempo que no me sentía

               tan bien. Me presionan por todas partes. En cuanto asomo la cabeza, me dicen esto y lo otro. Al
               menos, tú no me fuerzas a nada.
                   —No te conozco lo suficiente.
                   —¿Quieres  decir  que,  si  me  conocieras  mejor,  tú  también  acabarías  presionándome  como
               todos los demás?
                   —Es posible —dije—. En el mundo real todos vivimos presionándonos los unos a los otros.
                   —Sí, pero no creo que tú lo hicieras. Yo estas cosas las adivino. En cuanto a presionar y a ser
               presionado,  soy  una  autoridad.  Y  tú  no  eres  así.  Contigo  siento  que  puedo  bajar  la  guardia.
               ¿Sabes que en este mundo hay montones de personas a quienes les gusta forzar a los demás a
               hacer esto y lo otro, y que, a su vez, les gusta que las fuercen? Y montan un gran follón con todo
               esto. Yo te he presionado porque tú me has presionado... Les encanta. Pero a mí no. Yo lo hago
               porque no me queda otro remedio.
                   —¿Y a qué cosas fuerzas a los demás? ¿O a qué cosas te fuerzan los demás a ti?
                   Midori se llevó un cubito de hielo a la boca, que chupó durante un momento.
                   —¿Quieres conocerme mejor?
                   —Me gustaría —reconocí.
                   —Acabo  de  preguntarte:  «¿Quieres  conocerme  mejor?».  ¿No  te  parece  una  crueldad
               responderme como lo has hecho?
                   —Quiero conocerte mejor, Midori —repetí.
                   —¿De verdad?
                   —Sí.
                   —¿Aunque te den ganas de apartar la mirada?
                   —¿Tan terrible eres?
                   —En cierto sentido, sí. —Midori esbozó una mueca—. Quiero otra copa.
                   Llamé al camarero y le pedí la tercera ronda de vodkas con tónica. Hasta que nos los trajeron,
               Midori permaneció acodada en la barra con la mejilla sobre la palma de la mano. Yo guardaba
               silencio  escuchando  Honeysuckle  Rose,  de  Thelonious  Monk.  En  el  bar  había  cinco  o  seis
               clientes,  pero  éramos  los  únicos  que  tomábamos  alcohol.  El  aroma  del  café  confería  una
               atmósfera de tarde familiar en la penumbra de un bar.
                   —¿Estás libre el próximo domingo? —me preguntó Midori.
                   —Creía habértelo dicho antes. Los domingos siempre estoy libre. Al menos, hasta las seis,
               cuando voy a trabajar.
                   —¿Entonces me acompañarás este domingo?
                   —Si quieres...
                   —El domingo por la mañana iré a recogerte a la residencia. Pero no sé la hora exacta. ¿Te
               importa?
                   —No —le dije.
                   —Watanabe, ¿sabes lo que me gustaría hacer ahora?
                   —Ni me lo imagino.
   110   111   112   113   114   115   116   117   118   119   120