Page 114 - Tokio Blues - 3ro Medio
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Después de la clase de alemán, subimos al autobús, fuimos hasta Shinjuku y entramos en un
bar llamado DUG, situado en uno de los subterráneos de detrás de la librería Kinokuniya, donde
pedimos dos vodkas con tónica.
—Vengo a veces. Aquí no te sientes incómoda bebiendo durante el día.
—¿Tienes por costumbre beber durante el día?
—No, sólo a veces. —Hizo tintinear el hielo del vaso—. A veces, cuando el mundo empieza
a angustiarme, me paso por aquí y me tomo un vodka con tónica.
—¿El mundo te parece angustioso?
—A veces —dijo Midori—. Yo también tengo problemas.
—¿Cuáles son tus problemas?
—Mi familia, mi novio, las irregularidades de la regla... muchas cosas.
—¿Tomamos otra copa? —sugerí.
—Hecho.
Levanté la mano, llamé al camarero y le pedí otros dos vodkas con tónica.
—Por cierto, el otro domingo me diste un beso —terció Midori—. He pensado en eso. Me
gustó mucho.
—Eso está bien.
—«Eso está bien» —repitió Midori—. Verdaderamente, hablas de una manera extraña.
—Puede ser —dije.
—Dejémoslo así. En fin, en ese momento lo pensé. Me hubiera encantado que aquél fuera el
primer beso que me daba un chico. Si pudiera cambiar el curso de mi vida, haría que ése fuera mi
primer beso. Sin dudarlo. Y viviría el resto de mi vida pensando: «¿Qué debe de estar haciendo
ahora Watanabe, aquel chico que me dio mi primer beso una tarde en el terrado de mi casa? ¿Qué
habrá sido de él ahora que ha cumplido cincuenta y ocho años?». ¿No te parece precioso?
—Debe de ser precioso —dije mientras pelaba un pistacho.
—¿Por qué estás ausente? Ya te lo he preguntado antes.
—Quizá porque aún me cuesta volver a la vida cotidiana —concedí tras reflexionar unos
instantes—. Me da la impresión de que éste no es el mundo real. La gente, las escenas que me
rodean no me parecen reales.
Midori, acodada sobre la barra, me miró de arriba abajo.
—Esto mismo dice una canción de Jim Morrison.
—«People are strange when you are a stranger», o sea, «la gente es extraña cuando tú eres
un extraño».
—¡Cierto! —dijo Midori.
—¡Esto es! —exclamé.
—Me gustaría que me acompañaras a Uruguay. —Midori seguía acodada sobre la barra—.
Dejándolo todo: la novia, la familia, la universidad...
—No estaría mal. —Me reí.
—¿No te encantaría dejarlo todo y marcharte a un lugar donde nadie te conociera? A mí, a
veces me dan ganas de hacerlo. Unas ganas locas. Así que, si de pronto se te ocurre llevarme
lejos, te pariré un montón de bebés fuertes como toros. Y viviremos todos tan felices...
Revolcándonos por el suelo.
Volví a reírme y apuré mi segundo vaso de vodka con tónica.
—Aún no tienes ganas de tener bebés fuertes como toros, ¿es eso? —me preguntó Midori.
—No, mujer, tengo curiosidad. Me gustaría saber qué se siente —dije.
—Tranquilo. Si no te apetece, no pasa nada. —Ahora Midori comía pistachos—. Total, estoy
bebiendo a primera hora de la tarde y diciendo lo primero que se me pasa por la cabeza. Te insto