Page 113 - Tokio Blues - 3ro Medio
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                   A  la  mañana  del  día  siguiente,  jueves,  tuve  clase  de  educación  física.  En  la  piscina  hice
               varios  largos  de  cincuenta  metros.  Gracias  al  duro  ejercicio,  me  quedé  como  nuevo  y  se  me
               despertó  el  apetito.  Devoré  un  copioso  almuerzo  en  un  establecimiento  donde  servían  menús.
               Después,  cuando  me  encaminaba  a  la  biblioteca  de  la  facultad  de  literatura  para  hacer  unas
               consultas, me encontré a Midori Kobayashi. Iba acompañada de una chica bajita y con gafas. En
               cuanto me vio, fue a mi encuentro.
                   —¿Adónde vas? —me preguntó.
                   —A la biblioteca —dije.
                   —¿Por qué no te vienes a almorzar conmigo?
                   —Ya he comido hace un rato.
                   —¿Y por qué no comes otra vez?
                   Al final, Midori y  yo entramos en una cafetería del barrio; Midori se comió un arroz con
               curry, y yo me tomé una taza de café. Llevaba una camisa blanca de manga larga y un chaleco
               amarillo de lana con peces bordados, un fino collar de oro y un reloj de Walt Disney. Comió con
               apetito el arroz con curry y bebió tres vasos de agua.
                   —Estos días no has estado por aquí, ¿verdad? Te he llamado un montón de veces —comentó
               Midori.
                   —¿Querías algo en especial?
                   —No, nada. Hablar contigo.
                   —¡Ah! —musité.
                   —¿Qué coño significa ese «¡Ah!»?
                   —Nada. Es una expresión —respondí—. Dime, ha habido algún incendio últimamente?
                   —No. Y mira que aquél fue divertido. Apenas hubo daños y el humo fue muy impactante. Un
               incendio así está bien.
                   Dichas estas palabras, volvió a beber agua. Luego suspiró y me miró fijamente.
                   —Watanabe, ¿qué te ocurre? Pareces atontado. Ni siquiera enfocas al mirar.
                   —Nada grave. Acabo de volver de viaje y estoy cansado.
                   —Parece que hayas visto un fantasma.
                   —¿Ah, sí?
                   —¿Esta tarde tienes clase?
                   —Sí, de alemán y religión.
                   —¿Y no puedes saltártelas?
                   —La de alemán, imposible. Hoy tengo examen.
                   —¿A qué hora terminas?
                   —A las dos.
                   —¿Quieres ir a tomar una copa cuando salgas de clase?
                   —¿A las dos de la tarde? —pregunté.
                   —No está  mal para variar. Tienes  mala  cara. Tómate una copa  conmigo  y verás  como  te
               animas. Y yo lo mismo. También quiero tomar una copa contigo para ver si me animo. ¿Qué te
               parece?
                   —Vayamos  de  copas,  pues.  —Solté  un  suspiro—.  Te  espero  a  las  dos  en  el  patio  de  la
               facultad de literatura.
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