Page 112 - Tokio Blues - 3ro Medio
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—Si quieres acostarte con una mujer —me explicó con aires de suficiencia—, primero y
principal, le regalas algo, segundo y principal, le haces beber una copa tras otra, o sea, la
emborrachas. Una tras otra. Eso es lo principal, ¿entendido? Y entonces ya está lista. Fácil, ¿no?
Sujetándome la confusa cabeza entre mis manos, subí al tren y volví a la residencia. Cuando,
tras correr las cortinas y apagar la luz, me tendí en la cama, me asaltó la sensación de que Naoko
iba a deslizarse a mi lado de un momento a otro. Al cerrar los ojos, noté la suave turgencia de sus
senos contra mi pecho, oí sus susurros, pude sentir en mis manos las formas de su cuerpo.
Regresé en la penumbra al pequeño mundo de Naoko. Olí el prado, oí el ruido de la lluvia. Pensé
en el cuerpo desnudo de Naoko que había visto bañado por la luz de la luna y evoqué las escenas
en que su suave y hermoso cuerpo enfundado en el chubasquero amarillo limpiaba el gallinero o
hablaba del trabajo del campo. Acaricié mi pene erecto y eyaculé pensando en ella. Después me
pareció que la cabeza se me había despejado, pero, con todo, el sueño no se apoderaba de mí.
Estaba cansado, necesitaba dormir, pero no lograba conciliar el sueño.
Me levanté, me planté junto a la ventana y me quedé mirando, distraído, el podio donde
izaban la bandera nacional. El poste blanco, sin la bandera, parecía un hueso gigantesco
incrustado en la oscura noche. «¿Qué debe de estar haciendo Naoko en estos momentos?», me
pregunté. Durmiendo, por supuesto. Debía de estar profundamente dormida, arropada por las
tinieblas de su pequeño y extraño mundo. Recé para que no tuviera sueños amargos.