Page 108 - Tokio Blues - 3ro Medio
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—aunque fuera una pequeña vivienda prefabricada—, y nuestra hija se había adaptado al jardín
               de infancia. Me respondió: "¡Espera un momento! No podemos cambiar de casa así como así. Yo
               no puedo encontrar un trabajo de un día para otro, tendremos que vender la casa, buscar otra
               guardería para la niña. Por deprisa que vayamos, tardaremos como mínimo un par de meses".
                   »"No  puede  ser.  Si  me  quedo,  me  humillarán  de  tal  forma  que  jamás  podré  volver  a
               levantarme", añadí. "No es una amenaza. Es la pura verdad. Lo noto."
                   »Ya  empezaban  a  zumbarme  los  oídos,  tenía  alucinaciones  auditivas  y  padecía  insomnio.
               Entonces él dijo que me fuera yo primero, que él se reuniría conmigo cuando lo hubiera arreglado
               todo.
                   »"¡No!", le grité. "No me iré sola a ninguna parte. Si ahora me separo de ti, me romperé en
               pedazos. Te necesito. No me dejes sola."
                   »Él me abrazó. Me dijo que resistiera. "Aguanta un poco más. En este tiempo lo solucionaré
               todo. Dejaré mi trabajo, venderé la casa, arreglaré lo de la guardería de la niña. Encontraré otro
               trabajo. Con un poco de suerte, podremos irnos a Australia. Espera un mes. Y después todo irá
               bien." No pude objetar nada. Cuanto más hablaba, más sola me sentía. —Reiko suspiró, alzó la
               vista hacia la lámpara del techo—. No pude esperar un mes. Un día se me aflojó un tornillo.
               ¡Crac! Esta vez fue terrible. Tomé somníferos, abrí la llave del gas. Pero no logré matarme. Al
               abrir los ojos, me encontré en la cama de un hospital. Y éste fue el final. Unos meses después,
               cuando  me  hube  calmado  un  poco  y  empecé  a  pensar  con  claridad,  le  pedí  el  divorcio  a  mi
               marido.  "Es  lo  mejor  para  ti  y  para  la  niña",  le  dije.  Él  me  respondió  que  no  tenía  ninguna
               intención de divorciarse de mí.
                   »"Te pondrás bien. Empezaremos una nueva vida los tres juntos."
                   »"Ya  es  tarde",  respondí.  "Todo  se  terminó  cuando  me  pediste  que  esperara  un  mes.  Si
               realmente querías volver a empezar, no tenías que habérmelo pedido. Vayamos adonde vayamos,
               por más lejos que nos mudemos, volverá a sucederme lo mismo. Volveré a pedirte lo mismo y
               volveré a hacerte sufrir. No quiero que esto se repita nunca más."
                   »Y nos divorciamos. Es decir, yo me divorcié de él a la fuerza. Él volvió a casarse hace dos
               años. Sigo pensando que fue lo mejor. En aquella época yo sabía que seguiría así de por vida y no
               quería encadenar a nadie a mi lado. No quería forzar a nadie a vivir temiendo que pudiera perder
               la razón en cualquier momento.
                   »Él había sido muy bueno conmigo. Era una persona honesta en quien podía confiar, fuerte y
               paciente. Fue el marido ideal. Hizo lo imposible por curarme, y yo, a mi vez, lo intenté por él y
               por la niña. Y creí que me había curado. Fui feliz durante los seis años que estuve casada. Él hizo
               que me sintiera bien en un noventa y nueve por ciento de mi ser. Pero el uno por ciento restante,
               este insignificante uno por ciento, enloqueció.
                   »Y, ¡crac!, todo lo que habíamos ido construyendo se derrumbó en un instante y quedó en
               nada. Por culpa de aquella chica. —Reiko reunió las colillas que había en el suelo con el pie y las
               metió dentro del tetrabrik—. Es una historia terrible. Luchamos tanto por ir construyendo tantas
               cosas... una tras otra... y todo se derrumbó en un santiamén. En un abrir y cerrar de ojos ya no
               quedaba  nada.  —Reiko  se  levantó  y  metió  las  manos  en  los  bolsillos  de  los  pantalones—.
               Volvamos a la habitación. Ya es tarde.
                   El cielo encapotado ocultaba la luna. Ahora percibí el olor a lluvia, mezclado con el aroma de
               las deliciosas uvas que Reiko llevaba en una bolsa.
                   —Por  eso  no  puedo  salir  de  aquí  —añadió—.  Me  aterra  conocer  a  gente  diferente,  tener
               experiencias nuevas.
                   —Te entiendo muy bien —comenté—. Sin embargo, lograrías salir adelante.
                   Reiko me sonrió, pero no dijo nada.
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