Page 107 - Tokio Blues - 3ro Medio
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bastante confianza. La mujer me preguntó a bote pronto si sabía que circulaban unos rumores
               persistentes sobre mí. Le respondí que no.
                   »"¿Qué dicen?"
                   »"Me resulta difícil hablarte de ello."
                   «"Aunque te cueste, cuéntamelo."
                   »Ella era muy reticente a hablar, pero me lo contó todo. De hecho, por eso había venido a
               visitarme.  Según  ella,  en  el  barrio  se  decía  que  yo  era  lesbiana,  que  había  estado  ingresada
               muchas veces en el psiquiátrico, que había desnudado a una alumna mía de piano, había intentado
               abusar de ella y, al resistirse la niña, la había golpeado dejándole la cara llena de moratones. Me
               aterrorizó  la  manera  como  habían  transformado  la  historia,  pero  lo  más  sorprendente  era  que
               supieran que había estado ingresada en un hospital psiquiátrico.
                   »"Te conozco desde hace tiempo, les he dicho que tú nunca harías una cosa así", me dijo la
               mujer. "Pero, al parecer, los padres de la niña están convencidos de ello y van contándolo. Según
               dicen, a raíz de tu intento de abuso, te han hecho investigar y han descubierto que has estado
               ingresada en un hospital psiquiátrico."
                   »Una amiga me contó que el día del incidente la chica volvió de clase de piano con la cara
               bañada por las lágrimas y su madre le preguntó qué había sucedido. Tenía la cara hinchada, del
               labio  partido  manaba  sangre,  llevaba  los  botones  de  la  blusa  arrancados  y  la  ropa  interior
               desgarrada. ¿Puedes creerlo, Watanabe? Para que su historia fuera creíble, ella misma se lo había
               hecho  todo.  Se  manchó  la  blusa  de  sangre,  se  arrancó  los  botones,  se  rasgó  el  encaje  del
               sujetador, se enrojeció los ojos llorando a lágrima viva, se despeinó y, por fin, volvió a casa y
               soltó esa sarta de mentiras. Lo peor era que podía imaginármela. Pero no pude reprocharles a
               todos  que  la  creyeran.  Supongo  que,  de  haberme  encontrado  en  su  situación,  yo  también  la
               hubiera creído. Si aquella chica, hermosa como una muñeca y embustera como un demonio, se
               me  hubiera  sincerado  entre  sollozos  diciendo:  "¡Oh,  no!  No  quiero  hablar.  ¡Me  da  tanta
               vergüenza!",  la  hubiera  creído  a  pie  juntillas.  Además,  para  empeorar  las  cosas  todavía  más,
               ¿acaso no era cierto que yo tenía un historial clínico en un hospital psiquiátrico? ¿No era cierto
               que la había abofeteado con todas mis fuerzas? ¿Quién iba a creerme? Sólo mi marido.
                   »Tras  unos  días  de  vacilación,  me  decidí  a  contárselo  a  mi  marido,  y  él  me  creyó,  por
               supuesto.  Le  expliqué  lo  que  había  sucedido:  ella  me  había  querido  seducir  y  yo  la  había
               abofeteado. Omití, por supuesto, lo que yo había sentido. Esto no podía explicárselo. "No puede
               decirlo en serio. Iré a su casa y hablaré con los padres cara a cara", dijo él enfurecido. "Tú estás
               casada conmigo. Tienes una hija. ¿A qué viene llamarte lesbiana? ¡Vaya estupidez!"
                   »Pero logré detenerle. Le supliqué que no fuera. Sólo conseguiría hacer más honda nuestra
               herida.  Yo  sabía  que  la  niña  estaba  mal  de  la  cabeza.  En  mi  vida  había  visto  a  mucha  gente
               enferma. Aquella chica  estaba podrida por dentro. Si levantabas  una capa de aquella hermosa
               piel,  debajo  no  había  más  que  podredumbre.  Tal  vez  sea  cruel  decirlo,  pero  era  cierto.  Sin
               embargo, la gente no lo sabía y yo no tenía posibilidad alguna de vencer. Aquella niña llevaba
               largo tiempo manipulando a los adultos,  y nosotros no teníamos nada a nuestro favor. ¿Quién
               podía creer que una niña de trece años había intentado inducir al lesbianismo a una mujer de
               treinta y uno? Por más que nos desgañitáramos, la gente siempre cree lo que le conviene. Cuanto
               más removiera las cosas, en peor situación me hallaría.
                   »Le propuse que nos mudáramos. "Es lo único que podemos hacer", dije. "Si permanezco
               aquí  más  tiempo,  la  tensión  será  cada  vez  mayor  y  se  me  volverá  a  aflojar  un  tornillo  de  la
               cabeza. Estoy en una situación crítica. Vayámonos lejos, a un sitio donde no nos conozca nadie."
               Pero mi marido no quiso marcharse. Él aún no comprendía la gravedad del asunto. Su trabajo era
               interesante; aquél era un mal momento para dejarlo todo. Por fin había podido comprar una casa
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