Page 99 - La Odisea alt.
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sollozos quedamos esperando la divina Aurora.

                   »Apenas brilló matutina la Aurora de dedos rosáceos, al pronto él impelió
               a los pastos a los machos ovinos, mientras que las hembras en el redil balaban
               sin  ordeñar,  con  las  ubres  rebosantes.  Su  amo,  atormentado  con  feroces
               dolores, iba palpando el lomo de todos los corderos, que pasaban erguidos. El
               necio no advirtió que mis hombres iban atados bajo el vientre de las lanosas
               reses. El último del rebaño en llegar a la puerta fue el carnero, agobiado por

               sus lanas y por mí y mis agudas ideas. Mientras lo palpaba le decía el brutal
               Polifemo:

                   »“¿Querido carnero, por qué de la cueva has venido el último del rebaño?
               Nunca antes te quedaste rezagado entre los corderos, sino que muy el primero
               pastabas  los  tiernos  brotes  de  la  hierba,  y  con  grandes  brincos  el  primero
               llegabas a los manantiales de los ríos, y el primero ansiabas regresar al establo
               al anochecer. Ahora, en cambio, vienes el último. ¿Acaso echas de menos el

               ojo de tu dueño? Lo ha cegado un tipo malvado, con sus ruines compañeros,
               después  de  someter  su  mente  con  vino,  ese  Nadie  que  aseguro  que  no  ha
               escapado aún a la muerte. ¡Ojalá pudieras pensar y estuvieras dotado de voz
               para  decirme  dónde  se  oculta  ése  a  mi  furor!  ¡Allí,  dentro  de  la  cueva,  lo
               machacaría y su cerebro se derramaría por acá y por allá en el suelo, y mi

               corazón se aliviaría de las penas que me produjo el miserable Nadie!”.

                   »Hablando así empujaba al carnero hacia afuera en la puerta.

                   »Cuando nos alejamos un trecho de la entrada y del redil, me descolgué el
               primero del carnero y fui a desatar a mis camaradas. Enseguida condujimos a
               los  animales  de  patas  ligeras,  lustrosos,  con  algunos  gritos,  hasta  alcanzar
               nuestra nave. ¡Con qué alegría nos recibieron nuestros queridos compañeros a
               los que habíamos escapado de la muerte, aunque llorando por los otros! Mas

               yo no los dejaba y vetaba con gestos de mi entrecejo el llanto de unos y otros.
               Ordené que subieran al navío a toda prisa a los muchos animales de hermosas
               lanas, para lanzarnos de nuevo a navegar el mar salino. Los demás embarcaron
               pronto y se colocaron junto a sus escálamos. Y sentados en hilera golpeaban
               con sus remos el mar espumoso.

                   »Así que, cuando ya estaba tan lejos como el alcance de un grito, entonces
               me dirigí yo al cíclope con palabras mordaces:


                   »“¡Cíclope, no ibas, no, a comerte a los compañeros de un cualquiera, en tu
               cóncava  gruta,  con  tu  brutal  violencia!  Bien  iban  a  alcanzarte  tus  perversas
               acciones, ¡maldito!, que osaste comerte a tus huéspedes en tu morada. ¡Por eso
               te han castigado Zeus y los otros dioses!”.

                   »Así le dije, al instante él se enfureció aún más en su ánimo. Desgajó la
               punta  de  un  gran  monte  y  la  lanzó;  y  fue  a  dar  delante  de  nuestra  nave  de
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