Page 97 - La Odisea alt.
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hubo cuidado de hacer todo esto, atrapó de nuevo a dos compañeros y se los
preparó de cena. Luego yo avancé hacia él y le dije, sosteniendo en mis manos
el cuenco de negro vino:
»“¡Eh, cíclope, toma, bebe vino después de comer carne humana, para que
sepas qué clase de bebida transportaba nuestra nave! Para ti, desde luego, la
traía, a ver si acaso compasivo me reenviabas a mi casa. Pero eres bestial hasta
lo insufrible. ¡Malvado! ¿Cómo podría aproximarse a ti cualquier otro mortal
en el futuro? Porque te has comportado en contra de toda norma”.
»Así hablé, y él aceptó y apuró el vino. Se regocijó de modo tremendo al
beber el dulce caldo, y me pedía luego un segundo trago:
»“Dame más, amigo, y dime tu nombre ahora enseguida, para que te
ofrezca un presente del que tú te alegres. Pues también a los cíclopes la tierra
generosa les produce vino de gruesos racimos, y la lluvia de Zeus los madura.
Pero éste es un chorro de ambrosía y néctar”.
»Así dijo. Entonces yo le ofrecí otra vez el fogoso vino. Por tres veces se
lo di, y él lo trasegó con insensata ansia. Y cuando pronto al cíclope el vino le
inundó las entrañas entonces le contestaba yo con palabras melifluas:
»“Cíclope, ¿me preguntas mi ilustre nombre? Pues voy a decírtelo. Mi
nombre es Nadie. Nadie me llaman siempre mi madre, mi padre y todos mis
camaradas”.
»Así le dije. Y él al punto me contestó con ánimo cruel:
»“A Nadie me lo zamparé yo el último, después de sus compañeros, y a
todos los otros antes. Éste será mi regalo de hospitalidad para ti”.
»Dijo, y tumbándose cayó boca arriba, y al momento quedóse tendido,
torciendo su grueso cuello. El sueño, que todo vence, lo dominaba. De su
gaznate regurgitaba vino y trozos de carne humana. Eructaba ahíto de vino.
»Entonces yo empujé el leño bajo el montón de ascuas para que se pusiera
al rojo. A gritos animé a mis compañeros todos, para que ninguno se echara
atrás espantado. Y cuando ya el leño estaba a punto de arder en el fuego, a
pesar de estar verde, y ya refulgía terrible, yo entonces lo saqué de las llamas.
Mis compañeros me flanqueaban. Allí me infundió la divinidad enorme
audacia. Ellos agarraron la estaca de olivo, aguzada en su punta, y la clavaron
en su ojo. Yo desde atrás, empinándome, la hacía girar, como cuando uno
taladra la madera de un barco con un trépano, y otros desde atrás lo hacen
girar con una correa, tirando de un lado y de otro, y éste penetra sin parar más
y más; así, empujando en su ojo el palo de punta aguzada le dábamos vueltas,
y la sangre iba bañando la estaca ardiente. Todos sus párpados arriba y abajo y
el entrecejo quemó el ascua al abrasarle la pupila. Y las raíces del ojo