Page 104 - La Odisea alt.
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»Ellos se le acercaron, le dirigieron la palabra y le preguntaron quién era
               allí rey y a quiénes mandaba. Ella enseguida les indicó la casa de altos techos
               de  su  padre,  y  cuando  ellos  entraron  en  la  ilustre  mansión  hallaron  a  una
               mujer,  alta  como  la  cima  de  una  montaña,  y  se  espantaron.  Aquélla,  al
               instante, comenzó a llamar, de la plaza, al ilustre Antífates, su esposo, que les
               fue a dar una cruel muerte. Pronto agarró a uno de mis compañeros y se lo

               engulló como almuerzo. Los otros dos se dieron a la fuga y llegaron a nuestro
               barco.  Mientras,  aquél  daba  voces  por  la  ciudad,  y  los  otros  lo  oyeron  y
               empezaron  a  agruparse,  los  fornidos  lestrígones,  uno  de  acá,  otro  de  allá,
               innumerables, y no parecidos a hombres, sino a gigantes. Nos lanzaban desde
               las rocas piedras de enorme peso, y al punto comenzó a resonar en las naves
               un  terrible  estrépito  de  hombres  que  morían  y  de  barcos  destrozados.  Y  a
               algunos  los  cogían  y  ensartaban  como  a  peces  y  se  los  llevaban  para  su

               repugnante  comida.  Mientras  nos  masacraban  dentro  del  hondo  puerto,  yo
               saqué la espada aguda de mi costado y con ella corté las amarras de mi navío
               de proa azulada. A toda prisa advertí a mis compañeros y les ordené aprestarse
               a  los  remos  para  huir  de  la  matanza.  Todos  a  la  vez  se  pusieron  a  remar,
               temerosos de la muerte. Por fortuna escapó hacia el mar más allá del alud de

               rocas mi nave. Todas las demás en montón fueron allí trituradas.

                   »Desde allí proseguimos navegando con el corazón acongojado, habiendo
               escapado de la muerte, tras haber perdido a queridos camaradas. Llegamos a la
               isla de Eea, donde habitaba Circe de trenzados cabellos, la terrible diosa de
               voz humana, la famosa hermana del despiadado Eetes. Ambos habían nacido
               de Helios, que alumbra a los mortales, y tuvieron por madre a Perse, hija del
               dios  Océano.  Allí  costeamos  la  ribera  con  la  nave  hasta  dar  con  un  puerto

               seguro. Y algún dios nos guiaba. Luego desembarcamos y nos quedamos dos
               días y dos noches, royendo nuestro ánimo con fatigas y penas. Pero cuando ya
               el  tercer  día  trajo  la  Aurora  de  hermosas  trenzas,  entonces  yo,  tomando  mi
               lanza y mi afilada espada, salí presto de la nave y escalé un lugar de amplias
               vistas por si acaso divisaba rastros de seres humanos y oía su voz. Me detuve
               después de subir a lo alto en una despejada atalaya y avisté un humo que se
               elevaba  de  la  anchurosa  tierra,  desde  la  morada  de  Circe,  entre  espesos

               encinares y frondas boscosas.

                   »Al pronto reflexioné en mi mente y mi ánimo si ir a informarme hasta allí
               donde había avistado el humo rojizo. Pero, pensándolo bien, me pareció que
               era mejor lo siguiente: primero regresaría a mi veloz nave y a la orilla del mar
               para  dar  de  comer  a  mis  compañeros  y  enviar  de  allí  algunos  para  la
               exploración.  Conque  ya  andaba  cerca  del  navío  de  curvos  costados  cuando

               algún  dios  se  compadeció  de  mí,  que  iba  solo,  y  envió  por  aquel  mismo
               camino a un ciervo de alta cornamenta. Bajaba éste del prado boscoso a beber
               en el río. Le agobiaba la fuerza del sol. Cuando salía, le alanceé en medio del
               lomo, en pleno espinazo. Lo traspasé de lado a lado con mi lanza de bronce, y
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