Page 100 - La Odisea alt.
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azulada proa. Y se alborotó el mar al hundirse la roca. El oleaje, al refluir,
               arrastraba hacia tierra el navío, y una gran ola desde el mar lo precipitó de
               golpe hacia la costa. Pero yo, tomando en mis manos una pértiga muy larga,
               detuve  el  choque.  Y  ordené  a  mis  camaradas  con  gestos  que  con  tesón  se
               aplicaran  a  los  remos  para  escapar  del  desastre.  Ellos  remaban  con  todo
               esfuerzo.

                   »De  modo  que  cuando  ya  surcábamos  el  agua  y  estábamos  a  doble

               distancia, de nuevo yo volví a increpar al cíclope. A uno y otro costado mis
               compañeros intentaban retenerme con sus palabras:

                   »“¿Alocado, por qué quieres irritar a ese salvaje? Ése hace un momento,
               cuando  lanzó  su  roca  al  mar,  arrastró  nuestro  barco  otra  vez  a  tierra  y  ya
               pensábamos morir aquí. Si te oyera que le hablas o le gritas, podría destrozar
               nuestras cabezas y las tablas del navío, atizándonos con otro gordo pedrusco.
               Que alcanza bien lejos”.


                   »Así decían. Pero no convencieron a mi magnánimo coraje. Sino que, de
               nuevo, tomé la palabra con ánimo rencoroso:

                   »“¡Cíclope! Si alguno de los mortales humanos te pregunta por la ceguera
               infame  de  tu  ojo,  contéstale  que  te  dejó  ciego  Odiseo,  conquistador  de
               ciudades, el hijo de Laertes, que tiene su casa en Ítaca”.

                   »Así le dije. Él prorrumpió en gemidos y contestó con estas palabras:


                   »“¡Ay de mí, cómo ya me ha alcanzado la antigua profecía! Existió aquí un
               cierto adivino, valiente y notable, Télemo Eurímida, que fue afamado por su
               saber profético, y ejerciendo su arte adivinatoria envejeció entre los cíclopes,
               quien  me  dijo  todo  cuanto  iba  luego  a  realizarse:  que  perdería  mi  vista  a
               manos  de  Odiseo.  Pero  siempre  me  había  figurado  que  iba  a  llegar  acá  un
               mortal  grande  y  valeroso,  dotado  de  gran  fortaleza.  Y  ahora  un  individuo
               pequeño,  miserable  y  sin  fuerzas,  me  dejó  ciego,  sin  mi  ojo,  después  de

               dominarme  con  vino.  No  obstante  acércate,  Odiseo,  para  que  te  dé  mis
               presentes  de  hospitalidad,  y  ruegue  al  famoso  Sacudidor  de  la  tierra  que  te
               depare buen viaje. Porque soy su hijo, y él proclama ser mi padre. El dios, si
               quiere, me curará, él en persona, y ningún otro de los dioses felices ni de los
               hombres mortales”.

                   »Así habló, y yo, respondiéndole, le repliqué:


                   »“¡Ojalá que pudiera dejarte privado de ánimo y vida y enviarte al fondo
               del Hades! Lo que es tu ojo no te lo va a curar ni el Sacudidor de la tierra”.

                   »Así le dije, y él se puso a orar al soberano Poseidón:

                   »“¡Escúchame, Poseidón de cabellera azul, tú que abrazas la tierra! Si de
               verdad soy hijo tuyo y proclamas ser mi padre, concédeme que no llegue a su
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