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casa Odiseo, destructor de ciudades, el hijo de Laertes, que tiene su hogar en
Ítaca. Pero si es su destino ver a los suyos y regresar a su hogar bien fundado y
a su tierra patria, que llegue tarde y mal, después de perder a todos sus
camaradas, a bordo de una nave ajena y en su morada encuentre desdichas”.
»Así dijo en su plegaria, y le oyó el dios de cabellera azul. Y luego él
levantó otra vez una roca y la arrojó dando vueltas, con un impulso tremendo.
Fue a dar algo detrás de la nave de proa azul, a poca distancia, y poco faltó
para que diera sobre el timón del navío. Se encrespó el mar a la caída de la
piedra, y el oleaje zarandeó nuestra nave y la impulsó contra la costa.
»Cuando llegamos a la isla donde esperaban juntos los otros barcos de
buenos remos, y a su alrededor, tumbados y gemebundos nuestros
compañeros, siempre aguardándonos, allí al punto varamos nuestro barco en la
arena y desembarcamos nosotros en la orilla marina. Sacamos el rebaño
procedente de la cueva del cíclope y lo repartimos, de modo que nadie
careciera de una equitativa tajada. Y a mí me dieron el carnero los compañeros
de buenas grebas, al hacer el reparto, como un premio de excepción. En esa
orilla lo sacrifiqué, quemando sus muslos en honor de Zeus Crónida, el que
amontona las nubes. Mas él no aceptó el sacrificio, sino que ya andaba
planeando cómo perecerían todas nuestras naves de hermosos remos y mis
fieles compañeros.
»Así que durante todo el día hasta la puesta del sol permanecimos allí
saciándonos de carnes en abundancia y dulce vino. Y en cuanto el sol se
hundió y se extendió la oscuridad, nos echamos a dormir en la orilla del mar.
»Apenas brilló matutina la Aurora de dedos rosáceos, al punto animé a mis
compañeros y les exhorté a subir a bordo y desligar las amarras de popa. Ellos
al punto embarcaron y se colocaron junto a sus escálamos, y sentados en fila
batían con sus remos el mar espumoso. Desde allí seguimos navegando con el
corazón angustiado, habiéndonos escapado de la muerte, después de haber
perdido a queridos camaradas.
CANTO X
»Llegamos a la isla Eolia, donde habitaba Eolo Hipótada, pariente de los
dioses inmortales, en su isla flotante. En todo su entorno la rodea una muralla
inquebrantable y lisas se alzan sus paredes rocosas. En la mansión del dios
viven sus doce hijos: seis hijas y seis hijos en plena juventud. Y él ha dado
como esposas a sus hijos sus hijas. Todos ellos comen siempre junto a su
padre y su señora madre. Y tienen a mano infinitos manjares. La mansión