Page 98 - La Odisea alt.
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crepitaban bajo la llama. Como cuando un herrero sumerge un hacha grande o
una hoz en el agua fría, y ellas lanzan chillidos al templarse, y ahí se pone de
manifiesto la fuerza del hierro, así rechinaba su ojo alrededor de la estaca de
olivo. Horrible y monstruoso grito aulló, y retumbó alrededor la caverna.
Aterrados nosotros nos echamos atrás. Y él se arrancó del ojo la estaca bañada
en abundante sangre, y la lanzó al momento lejos de sí, enloquecido. Y luego
se puso a llamar a gritos a los cíclopes que allí alrededor habitaban en sus
grutas, entre las ventosas cumbres.
»Ellos, al escuchar sus gritos, acudían de un lado y de otro, y acercándose
alrededor de la cueva preguntaban qué le torturaba: “¿Por qué con tanta
angustia, Polifemo, has gritado así, en medio de la divina noche, y nos has
sacado del sueño? ¿Acaso alguno de los humanos se te lleva los rebaños
contra tu voluntad? ¿Es que alguien intenta matarte con trampa o con
violencia?”.
»Y les contestó desde su cueva el brutal Polifemo:
»“Amigos, Nadie intenta matarme, con trampa y no con violencia”.
»Respondiéndole ellos le decían sus palabras aladas:
»“Pues si nadie te ataca y tú te encuentras solo, no es posible de ningún
modo evitar una dolencia que envía el gran Zeus. Así que suplica a tu padre, el
soberano Poseidón”.
»Así decían, pues, mientras se iban, y rompía a reír mi corazón, al ver
cómo los habían engañado mi nombre y mi intachable astucia.
»El cíclope, gemebundo y sufriendo sus dolores, avanzaba tanteando,
apartó la roca de la entrada, y se sentó en la puerta extendiendo sus manos por
si capturaba a alguno que tratara de salir con las ovejas. ¡Confiaba tal vez en
que yo iba a ser tan insensato! Mas yo deliberaba sobre cómo actuar del mejor
modo por si acaso hallaba alguna forma de escapar de la muerte para mis
compañeros y para mí. Cavilaba todo tipo de engaños y trucos, como que nos
iba la vida. Pues un gran daño nos amenazaba. Y la siguiente en mi ánimo me
pareció que era la decisión mejor. Había allí unos corderos bien nutridos, de
hermosos y espesos vellones, enormes, con sus lanas de color violeta.
Calladamente me puse a entrelazarlos con los mimbres trenzados sobre los que
dormía el cíclope de salvajes usos, en grupos de tres. El de en medio
transportaba a un hombre, y los otros dos iban uno a cada lado, para
protección de mis compañeros. Tres corderos llevaban a cada uno. Yo, por mi
parte, como había un carnero que era el mayor en mucho de todo el rebaño,
me agarré a éste, y me colgué estirado a lo largo del lomo bajo su vientre
lanudo. Y así, sujetándome con mis manos por debajo de sus espléndidos
vellones me mantuve agarrado con tesón y ánimo paciente. Así entonces entre