Page 103 - La Odisea alt.
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banquete junto a su esposa y sus hijos. Al llegar a la casa ante las jambas del

               portón nos sentamos. Ellos se asombraron de vernos y preguntaron:

                   »“¿Cómo  has  vuelto,  Odiseo?  ¿Qué  maligno  dios  te  ha  acosado?  Pues
               atentamente  te  despedimos  a  fin  de  que  alcanzaras  tu  patria  y  tu  hogar,  y
               llegaras a donde te fuera grato”.

                   »Así dijeron, y entonces yo tomé la palabra con corazón dolido:

                   »“Me arruinaron mis torpes compañeros y con ellos el sueño funesto. Mas

               auxiliadme, amigos, que tenéis poder al respecto”.

                   »Así  les  hablé  tratando  de  atraérmelos  con  palabras  amables.  Ellos  se
               quedaron atónitos, y el padre respondió a mi súplica:

                   »“¡Márchate de la isla a toda prisa, tú, el más abominable de los aqueos!
               Porque no tengo por norma hospedar ni velar por el viaje de un hombre que
               resulta odioso a los dioses felices. ¡Vete, que aquí vuelves marcado por el odio

               de los inmortales!”. Al decir esto me expulsaba de su casa; y me alejé entre
               sollozos.

                   »Desde allí proseguimos navegando con el corazón acongojado. El ánimo
               de  los  hombres  se  quebrantaba  en  la  penosa  tarea  de  remar,  por  culpa  de
               nuestra necedad, y no había socorro del viento.

                   »Durante seis jornadas así navegamos noche y día. Al séptimo arribamos a
               la escarpada ciudadela de Laníos, a Telépilo de Lestrigonia, donde el pastor
               que vuelve llama al que sale, y éste responde, al marchar, a sus gritos. Allí un

               hombre sin sueño podría sacar un doble salario, uno por guardar vacas y otro
               por pastorear plateadas ovejas. Porque allí casi coinciden las rutas de la noche
               y  del  día.  Cuando  allí  llegamos  a  su  célebre  puerto,  que  un  muro  de  rocas
               escarpadas  protege  alrededor  por  todas  partes,  mientras  que  las  riberas  se
               enfrentan  paralelas  y  avanzan  hacia  la  embocadura  dejando  una  angosta

               entrada, allí dentro atracaron las naves de curvos costados. En el interior del
               redondo puerto quedaron varadas, muy juntas. En él nunca se encrespaban las
               olas, ni grandes ni pequeñas; reinaba una clara bonanza.

                   »Subí y me situé sobre una encumbrada atalaya. Desde lo alto no se veían
               faenas  de  bueyes  ni  de  humanos,  sino  que  sólo  divisamos  el  humo  que
               ascendía  de  la  tierra.  Entonces  yo  envié  por  delante  a  unos  compañeros  a
               indagar qué hombres eran los que comían el pan de aquella tierra. Elegí a dos

               y los hice acompañar de un heraldo. Pusieron pie a tierra y marcharon por un
               camino  llano,  por  el  que  los  carros  traían  a  la  ciudad  la  leña  de  los  altos
               montes.  Y  encontraron  delante  de  la  ciudad  a  una  muchacha  que  iba  a  por
               agua,  la  noble  hija  del  lestrigonio  Antífates,  que  había  bajado  a  la  fuente
               Artacia, de bellas aguas. De allá solían transportar el agua a la ciudad.
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