Page 93 - La Odisea alt.
P. 93
de una cueva. En derredor crecen los chopos. Hasta allí navegamos, y algún
dios nos guiaba a través de la oscura noche, sin mostrarse a la vista. En efecto,
una densa niebla envolvía las naves. Ni siquiera la luna se mostraba en el
cielo, porque estaba envuelta entre nubes. Allí nadie logró atisbar con sus ojos
la isla. No veíamos ni siquiera las altas olas que rodaban hacia la costa, hasta
que las naves de buenos remos atracaron. En los varados navíos arriamos
todas las velas y saltamos luego a la orilla marina. Y allá nos entregamos al
sueño y aguardamos la divina Aurora.
»Apenas brilló matutina la Aurora de dedos rosáceos, empezamos a dar
vueltas admirados por la isla. Y las Ninfas, hijas de Zeus portador de la égida,
excitaron a las cabras monteses a fin de que nuestros compañeros disfrutaran
de cena. Al momento sacamos nuestros curvados arcos y las lanzas de largo
pico de las naves y, divididos en tres grupos, comenzamos a darles caza. Muy
pronto la divinidad nos concedió un satisfactorio botín. Llevaba conmigo doce
navíos, y a cada uno le tocaron nueve cabras. Y para mí solo separaron otras
diez.
»Conque allí entonces nos quedamos el día entero hasta la puesta del sol
dándonos un banquete de carne sin tasa y dulce vino. Porque no se nos había
agotado el rojo vino de los barcos, sino que aún quedaba. Pues mucho en las
ánforas unos y otros habíamos sacado cuando saqueamos la sagrada ciudad de
los cícones. Oteábamos la tierra de los cíclopes, que estaba próxima, y sus
humos y sus voces, y el son de sus cabras y ovejas. Y en cuanto el sol se hubo
puesto y sobrevino la oscuridad, nos tumbamos para dormir en la orilla
marina. Y apenas brilló matutina la Aurora de dedos rosados, al momento
convoqué a asamblea yo a todos y les dije:
»“¡Aguardad acá ahora todos vosotros, mis fieles camaradas! Mientras
tanto con mi nave y mis compañeros iré yo a averiguar quiénes son esos
hombres, si son violentos, salvajes e injustos, o tal vez hospitalarios y con
sentimientos piadosos”.
»Después de hablar así, subí a la nave y ordené a los míos que embarcaran
también y soltaran las amarras de popa. Enseguida ellos subieron a bordo y se
apostaron junto a sus escálamos. Y, sentados en fila, batían con sus palas el
mar espumoso. Conque arribamos a aquel lugar, que estaba cercano, y vimos
allí en un extremo de la marina una cueva en la altura, recubierta de laureles,
donde se recogía un numeroso rebaño, de ovejas y cabras. A su alrededor se
había construido un corral de alto muro de piedras ensambladas con largos
pinos y encinas de espeso ramaje. Allí pernoctaba un individuo monstruoso
que llevaba a pacer sus ganados en solitario y aparte. No se trataba con otros y
carecía de normas. En verdad que era un monstruo asombroso, y no se parecía
a un hombre comedor de pan, sino a un peñasco selvático de los fragosos
montes, que se erige señero y altivo.