Page 92 - La Odisea alt.
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como heraldo. Emprendieron pronto el camino y no tardaron en encontrar a
               unos lotófagos.

                   »Y  sucedió  que  los  lotófagos  no  tramaron  la  muerte  de  nuestros
               compañeros, pero les dieron a comer el loto. Y cualquiera de ellos que comía
               el sabroso fruto del loto, ya no quería traernos noticias ni navegar de nuevo,
               sino que todos anhelaban tan sólo permanecer allí en el país de los lotófagos,
               nutriéndose del loto, y olvidar el regreso. Los reconduje, llorosos, por la fuerza

               a  sus  barcos,  y  en  las  cóncavas  naves  los  retuve  atándolos  al  fondo  de  los
               bancos.  Al  momento  ordené  a  los  demás  fieles  compañeros  que  subieran
               aprisa a los veloces navíos, para que ninguno degustara el loto y olvidara el
               regreso. A toda prisa ellos embarcaron y se situaron en sus bancos, y sentados
               en hileras, empezaron a golpear con sus remos el grisáceo mar.

                   »Desde allí navegamos con el corazón afligido. Y llegamos a la tierra de
               los  cíclopes,  prepotentes  y  salvajes,  los  que,  confiados  en  los  dioses

               inmortales, ni plantan ni trabajan la tierra con sus manos, sino que todo les
               crece sin sementeras ni arados: trigos, cebadas y vides, que les ofrecen vino de
               sus  grandes  racimos,  y  la  lluvia  de  Zeus  les  da  frutos.  No  tienen  ellos  ni
               asambleas ni normas legales, sino que habitan las cumbres de altas montañas,
               en cóncavas grutas, y cada uno impone sus leyes a sus hijos y mujeres, y no se

               cuidan los unos de los otros.

                   »A un lado y fuera de puerto se extiende una isla plana, ni muy próxima ni
               muy  lejana  de  la  tierra  de  los  cíclopes,  cubierta  de  matorral.  En  ella  viven
               incontables  cabras  salvajes.  Porque  no  las  espanta  el  paso  de  los  seres
               humanos  ni  las  acosan  los  cazadores,  que  soportan  fatigas  en  el  bosque
               trepando por montaraces alturas. La isla no está agobiada por rebaños ni por

               campos  arados,  sino  que  sin  siembras  ni  labranzas  está  el  año  entero
               deshabitada  de  hombres,  y  cría  sus  baladoras  cabras.  Pues  no  tienen  los
               cíclopes navíos de mejillas pintadas de rojo, ni hay entre ellos constructores de
               barcos,  que  puedan  hacerles  unas  naves  bien  ensambladas,  con  las  que
               pudieran conseguir otras cosas, visitando los países ajenos, como suelen hacer
               los hombres que en sus navíos cruzan el mar hacia otras gentes. Otros bien
               pudieran haber cultivado y colonizado la isla. Ya que no es mala en absoluto,

               sino que podría dar todo a su tiempo. Hay en ella prados junto a las costas del
               mar  espumoso,  bien  regados  y  herbosos,  y  bien  podrían  darse  las  vides
               perennes. Hay campos llanos para arar, y podría segarse espesa la mies en los
               veranos, porque es muy graso el mantillo de tierra. Hay allí un puerto de buen
               fondeadero,  donde  no  es  necesario  el  amarre  ni  echar  las  anclas  ni  anudar
               cables desde la popa, sino que, una vez atracados, allí se puede aguardar hasta

               que el ánimo de los marineros los impulse a zarpar y soplen favorables los
               vientos.

                   »Y al fondo del puerto fluye límpida el agua. Y hay una fontana a la boca
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