Page 88 - La Odisea alt.
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Así dijo, y el heraldo recogió la porción y la puso en las manos del ilustre
               Demódoco. Éste la aceptó mientras se alegraba en su ánimo. Los demás ya
               echaban las manos sobre los manjares bien dispuestos. Y en cuanto hubieron
               colmado su ansia de comida y bebida, volvió a dirigirse a Demódoco el muy
               astuto Odiseo:

                   «Demódoco,  mucho  más  que  a  cualquier  otro  hombre  te  admiro.  Te  ha
               aleccionado o bien la Musa, hija de Zeus, o bien Apolo. Porque cantas con

               extraordinaria  precisión  la  expedición  de  los  aqueos,  cuánto  hicieron  y
               sufrieron, y cuánto los aqueos se esforzaron, como si tú mismo hubieras estado
               allí, o acaso lo oyeras de otro. Pero, venga, avanza más adelante y canta la
               gesta del caballo de madera, el que Epeo construyó con la ayuda de Atenea, el
               que  entonces  el  divino  Odiseo  llevara  como  trampa  hasta  la  ciudadela

               habiéndolo llenado de los guerreros que arrasaron Troya. Si, según mis ruegos,
               cuentas todo eso en buen orden, proclamaré enseguida ante todos los humanos
               que fue un dios protector quien te concedió el divino don de tu canto».

                   Así dijo, y el otro, impulsado por un dios, comenzaba su cantar partiendo
               del  momento  aquel  en  que  ellos  subieron  a  sus  sólidas  naves  y  en  ellas
               zarparon, después de haber prendido fuego a sus tiendas. Pero otros argivos se
               quedaban  junto  al  muy  famoso  Odiseo  escondidos  en  el  caballo  y

               transportados luego a la plaza de Troya. Los mismos troyanos los arrastraron a
               la  ciudadela.  Allí  el  caballo  permanecía  en  pie,  mientras  los  otros  discutían
               agrupados en torno a él. La asamblea discutía dos opciones: destrozar pronto
               la madera con el aguzado bronce, o empujarlo hasta la cumbre y precipitarlo
               sobre las rocas; o bien dejarlo allí como ofrenda consagrada a sus dioses. Esta
               opinión fue la que iba a imponerse al final, porque era el destino que la ciudad
               pereciera  cuando  albergara  al  gran  caballo  de  madera,  donde  montaban

               guardia  todos  los  príncipes  argivos  que  llevaban  masacre  y  ruina  a  los
               troyanos.

                   Sabía cómo arrasaron la ciudad los hijos de los aqueos, al desparramarse
               saliendo del caballo, fuera de su cóncava madriguera. Empezó a cantar cómo
               cada  uno  por  un  lado  saqueaba  la  alta  ciudadela,  mientras  Odiseo  se
               encaminaba, en compañía del heroico Menelao, hacia la mansión de Deífobo.

               Relató que allí avanzó audaz al más bronco combate y que venció luego con la
               ayuda de la magnánima Atenea. Estas cosas cantaba el muy famoso aedo, en
               tanto que Odiseo se encogía y bañaba con el llanto de sus ojos sus mejillas.
               Como llora una mujer abrazada a su querido esposo, que ha caído delante de
               su  ciudad  al  frente  de  sus  tropas  cuando  intentaba  proteger  de  la  cruenta
               matanza a la ciudad y a sus hijos, y ella, al verlo en su agonía, jadeante, se

               echa sobre él y desboca sus agudos gemidos, mientras que los enemigos lo
               golpean con sus lanzas en el pecho y los hombros, y luego lo arrastran para
               causarle  desaliento  y  congoja,  y  sus  mejillas  se  marchitan  con  el  más
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