Page 89 - La Odisea alt.
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angustioso penar. Así vertía tumultoso llanto de sus ojos Odiseo.
De los demás ninguno advertía que él derramaba su llanto. Tan sólo
Alcínoo lo percibió y le prestó atención, porque estaba sentado a su lado y
escuchaba sus hondos suspiros. Y, al momento, comenzó a regañar a los
feacios amigos del vino:
«¡Prestad atención, consejeros y jefes de los feacios, y que Demódoco
frene ya su sonora lira! Que cantando esas cosas parece que no a todos alegra.
Desde que cenamos y empezó el divino aedo, desde entonces no ha parado de
sollozar apenado el extranjero. Por algún motivo la pena ha inundado a fondo
su ánimo. Conque cese el cantor, para que todos estemos gozosos, los
anfitriones y nuestro huésped, que así será mucho mejor. En favor del
honorable extranjero está ya todo dispuesto, su viaje y sus buenos regalos, que
le dimos con afecto sincero.
»Como un hermano resulta para un extranjero y un suplicante el huésped
que lo alberga con cordura en su mente. Por lo tanto tampoco tú ahora rehúses
con taimadas intenciones contestar a lo que te pregunte. Es mejor que lo
declares todo. Dinos tu nombre, por el que solían llamarte tu madre y tu padre
y los demás que habitaban en tu ciudad y las tierras vecinas. Pues ningún ser
humano vive del todo sin nombre, sea noble o humilde, apenas ha nacido,
porque a todos se lo imponen sus padres, tras darles la vida. Dime tu país, tu
gente y tu ciudad, a fin de que a ella te transporten nuestras naves que se
orientan con mente propia. Porque no usan timoneles los feacios, ni gobernalle
alguno, como tienen las demás naves. Sino que sus barcos conocen por sí
mismos los planes y rumbos humanos, y se saben las ciudades y los fértiles
campos de todas las gentes y cruzan el abismo marino velozmente cubiertos de
brumosa niebla. Nunca hay temor de naufragar o hundirse con ellas.
»Sin embargo, una vez le oí a mi padre, a Nausítoo, contar lo siguiente.
Repetía que Poseidón se irritaría con nosotros por ser porteadores sin daño de
todas las gentes. Decía que algún día destruiría una refulgente nave feacia
cuando regresara de un viaje por el brumoso mar y cubriría la entrada marina a
nuestra ciudad con una gran montaña. Así lo refería el viejo. Si tales cosas va
a cumplir la divinidad o si las dejará sin realizar, sea como plazca a su ánimo.
Ahora, venga, dime esto y expónlo con claridad: ¿por dónde viniste errante y a
qué regiones llegaste, y a qué pueblos y ciudades bien pobladas? Y cuenta si
sus moradores eran gentes rudas, salvajes e ignorantes de la justicia, o bien
acogedoras y de mente piadosa. Dinos el motivo de los sollozos y llantos de tu
pecho, al escuchar la ruina de los dánaos argivos y de Ilión. La tramaron los
dioses y ellos urdieron la matanza de tantos humanos, para que tuvieran los
posteriores materia de canto. ¿Acaso perdiste algún pariente al pie de Troya,
valeroso y noble, un cuñado o un yerno? Ésos son los seres que resultan más
próximos después de los de la familia de sangre. ¿O acaso algún compañero de